Desde que tu cuerpo desnudo
habitó mis ojos, ya no veo con claridad
por las noches. Tropiezo con las rosas.
Las estrellas aprietan mi garganta.
El agua que brota en los parques
es la sed de la ausencia. Una hoja, amarilla e infinita,
duerme en mi boca. Y ya ni una silueta voluptuosa
entra a mi cuerpo.
Desde que tu cuerpo desnudo
habitó mis ojos, el tiempo cubre las ventanas
con su mancha envuelta de sombras. Estoy para siempre
rozando los filamentos dorados de tu ausencia
y una trampa, una lluvia de hálitos, que camina
acompasada en el silencio,
adivina mi estancia, lejana de la hierba y las rosas.
Ah, dime dónde está escondido tu cuerpo desnudo.
En qué ojos se posa, húmeda, la pulpa
de la felicidad.