El gesto de la niña sobresalta tupidas
confluencias y el exacto ensueño de la esfera.
El ojo es el prodigio de la carne que espera
la luz innumerable de palabras y heridas.
La risa de la niña brinca sobre el abismo
rotando piedrecitas que seguirán cayendo
– oscuros ecos rotos de un antiguo estruendo –
hasta cuando Dios cierre los ojos en sí mismo.
Detrás de su niñez solo está la Palabra
que la busca y la ronda y le pide que se abra
en todo el esplendor de sus nombres la rosa.
Ahora es mariposa, pájaro, hormiga, grillo,
pero la voz se quiebra y la mano ya roza
los labios que exaltan la carne con su brillo.