Se abre tu piel
como la lluvia,
como la flor más nueva
te desvistes,
y de tus gestos
surge la miel;
fiel te haces a mi hambre,
a mi sed profunda y grave.
Tu cuerpo,
purificado y sano,
escribe dentro de mis manos
su noble historia de trabajo,
y mi andar se pierde,
en el rumor continental
de cada caricia.
Eres grande a veces,
como un mundo,
y pequeña;
suaves maneras te acompañan,
panal de palomas,
mariposa leve,
casa donde vivir
en el tibio calor de tu alimento.
Pecho de brisas limpias;
tras tus senos
se va cayendo el sol,
abriendo sombras
para mi boca iluminada,
partimos amarrados a la vida,
hurgando en el bolsillo
de los amaneceres.
Infinitos sitios te recorren,
todos llegando
desde el centro de tu nombre,
voy con ellos,
a recoger allá en los ojos,
el verde limpio
y el azul sonoro
que has bebido,
a cobijar mi amor
donde se asoma la sonrisa.
Quiero apretarme
a la concavidad
de tus abrazos,
fluir de la mirada al labio,
estar donde tu pecho
exclama su confianza,
viajar sin prisas
ni paredes,
a los rincones
donde tu voz
susurra despacito,
gota a gota,
nuestro perpetuo encuentro.
Eduardo A. Bello Martínez
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