Los fantasmas me están sometiendo en las madrugadas,
me dicen, agarra la daga que es tu lápiz mordisqueado y enfréntate
a esa maldita hoja en blanco de una vez por todas.
Me exijo ser claro, no quiero más mentiras, ya estoy harto; no puedo abandonar
esta virtud que se me ha entregado: esta sed insaciable de ser escuchado.
Estuve leyendo lo que he escrito, hay demasiado que corregir, y no pude evitar
sentirme sombrío y sobre todo, defraudado.
Pero a todo esto, debo continuar, ignoro si a las gentes les resulta valiosa esta osadía;
mas seguiré apostando por esto,
por esto que no es nada; pero es algo.
Heme aquí, en un sórdido hueco que es mi cuarto y lo entrego todo, me libero, respiro y sigo.