andrea barbaranelli

Descubrimiento del amor

Ahora me parece increíble

que era yo aquel muchacho

de diez y siete años, algo torpe

en sus pantalones de tela,

con los pies sucios de arena

en las sandalias, el mechón

de pelo castaño en la frente,

y que aquella chica eras tú,

jovencita quinceañera,

la falda ancha y larga según

la moda de entonces, el pelo

corto, las gafas de sol

sobre la nariz, que solo

te quitabas en momentos

de emoción más intensa

o bien para provocarlos.

Éramos los dos nuevos,

al puro comienzo de la vida.

No había precedentes

ni modelos para seguir.

La vida era nueva. La guerra

había abolido de golpe

lo que antes había habido

y éramos de una época

totalmente inédita donde

lo único antiguo eran

los sueños de nuestra infancia

anterior a la guerra

al terror y a las muertes.

Fue un momento de gracia,

la gracia que los dioses conceden

a sus predilectos, en ese

verano de hace sesenta

y cinco años, en la honda

profundidad de una época

ya hoy en día incomprensible.

Hemos cambiado de abrigo,

hemos gastado zapatos,

han mudado las modas,

hay muchas palabras nuevas,

palabras viejas han muerto

y se han olvidado y no sé

si yo soy de veras el mismo

que era en ese tiempo. Pero

no volverá el milagro,

el misterioso coincidir

en esa hora de ese día

en la arena de esa playa,

ese cielo inalcanzable,

esa nube arriba en el cielo

empujada por el viento

que te acariciaba el pelo,

ese milagro por el que

nuestro dedos se buscaron

y se rozaron apenas

bajo la arena, en silencio.