Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - El Negro Dolor - Parte II~**

Se fue sin rumbo ni dirección, se fue con la luna en el cielo, como en ir y venir. Desde que el cielo, se llenó de bondad, de fuerte delirio y de fuerza entre los ángeles celestiales del mismo cielo. Deseando abrir el camino de buen gusto y de éxito. Cuando en el alma se sintió de desenfrenos y de buenos momentos. Cuando en el alma se sintió un fracaso en ese mismo ocaso, cuando en el alma se llenó de primordiales eventos de desafíos. Cuando se fue como el viento o como la luna en el amanecer. Cuando se electrizó el combate de ir y venir en una ciudad tan desconocida como el ir y venir en el tiempo, como un sólo deseo. Como un viento que nació y desapareció del mapa, cuando en el alma se enfrentó al desastre de observar en el cielo una pequeña lucecita que diga y que represente el éxito. Y que la persiga como a la estrella de Belén en el cielo mágico. Pero, quedó tan amargo, tan excitado por la noche clandestina de encierros cuando en el alma voló una lágrima y un suspiro de un respiro cuando quiso hallar el éxito y el acierto en la vida. Cuando en el alma socavó una penumbra de una sombra casi desértica. Y quiso ser en el que quiso ser. Pero, fue una lluvia de sensaciones, que empapó a su cuerpo y más a su piel, cuando en el momento destruyó una compasión de él mismo. Cuando en el alma quiso ser como el abrir y cerrar los ojos en plena oscura luz. Cuando a su alma le debió de mirar por el lucero azul, o por el clandestino rodaje de una película en la cual, él sería el protagonista de la saga. Cuando en el alma se debió de entretejer una red que atraparía el desdén tan amargo de decidir, lo que converge más en el camino. Cuando en el osado porvenir se encerró el ademán tan osado de ir y venir lejos. Cuando caminó por sectores, barrios y suburbios, de una fría alma que se debatió en la sola espera de ver llegar el comienzo de un sólo final, que se cree incierto como la fuerza de una sola verdad, cuando se cree final de un comienzo que nunca ha llegado, y todo porque el destino es como la fuerza, que aún, no percibe el final. Cuando en la manera de ver el desierto se llena de virtud un corazón que con la diáspora del nuevo milenio acecha con bifurcar lo que da más, a todo un fracaso como el acierto de un nuevo mañana. Cuando él se fue con la luna a cuestas del mismo dolor, que enfrío a su corazón triste de inciertos desafíos. Y sue fue por el rumbo de incierto de un triste perecer, cuando el amor quedó en triste dolor. Cuando en el alma sucumbió el desafío de la incógnita tan indeseable en descifrar su poder de querer debatir entre lo amargo de una distancia o como la gran ausencia que debió de sentir su padre Don Juan, cuando él embarcó con la diáspora del nuevo milenio. Cuando recordó de sus árboles frutales como el coco, como el plátano, y le guineo, como las chinas y naranjas, y la guanábana y guayaba. Se recordó de todo, menos de marcharse lejos, con la misma diáspora del nuevo milenio. Y sucumbió en un sólo deseo, en amar lo que ocurrió después, un fracaso lleno de vicisitudes o amarga hiel en el camino lleno de grandes e inmensas espinas. Y era el hijo de Don Juan, el que se marchó con la luna dormida de luz, en una noche oscura y perniciosa y de espantos nocturnos. Y que consiguió lo que más quería, y en la vida una situación indecorosa y era poder sentir lo más amargo de la aventura de navegar sin rumbo cierto y sin un puerto dónde pernoctar y llegar más desdichado como la costumbre en ser un náufrago ahogado. Y quiso ser en cierto agrado de desventura lo que en la locura no podía ni ser. Cuando en la mañana se identificó como la más cordial desilución en llenar a acabo una solicitud de trabajo. Y que no se comunicaran con él, ni tan siquiera para una entrevista y todo por etiqueta. Se llevó a cabo la sorpresa de que no lo llamaran a él ni a sus compañeros. Y que, tal vez, se electrizara la pérdida avidez en demostrar lo que fue y lo que nunca sería. Cuando se fue por el rumbo incierto de sensaciones tan frías. Y de acuerdo de todo y por todo, se llenó la manera de ver el nefasto tiempo sin horas ni percepciones tan frías. Y se sintió el desafío sin poder terminar, sin poder desenredar lo que conlleva una sustracción sin poder sentir. Lo que se enreda en el tiempo y en la mañana de un nuevo sol a cuestas de la insensibilidad inconclusa de ansiedades sin poder llegar a una sola distracción. Y quiso ser más de lo que fue y de lo que pasó a cuestas de la sola soledad que se debatió en una espera en solucionar lo que más pasó, con la diáspora en horas sin poder concluir. Y quiso en ser pacífico y mirífico, pero, más pudo lo taciturno que vagar en las calles en busca de prosperidades. Cuando en la acera de soledades y de inciertos fracasos lloró como un hombre fuerte, como un hombre capaz de proseguir una senda, un camino oculto, y sin más heridas que sentir tan perdidas las punzadas letales como un desastre el solo fracaso. Cuando se tornó pesada por aquella vez en que se sintió el deseo en la misma piel. De desafíos sin poder hallar respuesta a la pregunta en soledad. Cuando en el alma no se calma un sólo deseo. De embriagar lo que creció en el sólo corazón. Cuando en el camino se electrizó lo que más se siente y en el alma llena de deseos suaves, como lo fue poder sentir en el alma llena de un pasaje a muerte que sólo se perforó en la manera de obtener el fracaso o el acierto, en vengar con la vindicta de un nuevo comenzar lo que encrudece el tiempo en salvar la vida y, más aún, en la manera de ver y de apoyar lo que se siente en el alma. Cuando en el sentido reverso se siente la vida llena de un pasaje yá vivido. Cuando en el alma se obtiene sensaciones claras de vida y de fracasos indelebles cuando en el alma se siente aquí como el paraíso lleno de primordiales aciertos que vendrán si él lo busca, porque como busca el acierto y el éxito, puede hallar más el fracaso y los errores de la vida misma. Cuando él se fue con la luna en los ojos y en la mirada un sol cálido, que desnudó lo que fue un pasaje de ir y venir. Cuando en la mañana se fue con el sol en la mirada a buscar prosperidades, se topa con la única mala suerte de no hallar lo que buscaba: un trabajo. Existe y había de todo, pero, él insistiendo en progresar en lo que más converge, se entristecía de todo y por todo. Y que en la memoria quedara gratos recuerdos, y no los problemas que se avecinan. Cuando en la mañana de sol, escuchó un lamento, lloró y se recordó todo lo vivido en su isla y que cuando embarcó lejos con la diáspora del nuevo milenio dejó todo lo bueno a su alrededor. Cuando en el ambiente se quedó como uno de bien y de recuerdos gratos que no se olvidan y que no se olvidarán jamás. Cuando llegó con la diáspora, cuando hizo éxodo y emigró lejos de su hogar, de sus cosas y de su gente, y quiso ser ése que no se olvida de nada. Cuando en un tiempo se enfrío el dolor más, cuando en la mañana se sintió el desafío sin cosechar lo bueno, sino que lo malo se le vino encima para colmo. Cuando en la manera de entregar el corazón, entregó la vida y la pasión. Y sí, que lo hizo, se desvivió por proseguir, por prosperar, y de sentir en su alma una luz que lo guiara por siempre en ese camino perdido con la diáspora del nuevo milenio. Cuando en el amor, se sintió lo que más dejas de amar a los recuerdos, pero, él supo cómo guardar esos recuerdos en su bolsillo y sacarlos cuando más los necesitaba. Cuando en el alma se debatió una sola sustancia en saber que el deseo se necesita cuando más lo necesita como esa sensibilidad que guarda lo que más se crece. Cuando el árbitro separa la pelea, él no lo quería, pues, quería hacer batalla en contra de su propia voluntad. Cuando en el mañana se sintió así, como la lluvia que no pasó jamás, porque el deseo se convirtió en una amarga experiencia. Y de qué vale en ser sin haber sido. Y se dijo él, en un aparte en la cama donde dormía. Cuando en el desván de cosas abiertas recordó el atrio donde él vivía, cuando en el recuerdo se vió la distancia en que se encontraba él. Y se fue por el rumbo desértico, cuando quiso ver el aire como un levante, levantar el cuerpo y más el éxito. Cuando se perfiló el amor y el cariño de los que dejó en su hogar. Y quiso ser esa dirección difícil de hallar. Cuando se dió en ir y venir lo que más se cosechó entre lo que más se sabe de la distancia, de la vida y de la manera de ver el cielo tan alto, pero, en el mismo lugar de siempre. Y por ese instante en saber que el delirio es autónomo de tristezas abiertas y de heridas sin poder ver sanadas desde la cruel distancia. Cuando se sanó el capricho exótico de ver curada la herida más vil de las circunstancias. Cuando en el ademán incierto se cosechó lo que más se dió. Cuando en el frío se cruzó el invierno más delirante y seco de la temporada abierta invernal. Cuando se dió el frío, a cuestas de la pasión, de la risa y de la triste conmiseración. Se entregó el corazón lleno de latidos débiles como la rosa siempre marchita y deja su olor intacto, sino la riegas bien. Cuando en el atrio se debe de identificar, lo que conlleva una sustracción ilícita, indebida y tan marcada como el haber sentenciado su vida a la diáspora del nuevo milenio. Cuando se termina de embriagar lo que se dió en el camino un destino casi inocuo, irreal, pero, tan cierto y verdadero. Cuando en el alma se encerró lo que más dió. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo se cruzó como oveja al matadero. Y él lo sabía que, el alma lo gritaba a viva voz en el desierto, en el suburbio, o en la misma desesperación de saber que el destino era así. Cuando en el alma se debatió una sola espera, en entregar lo ocurrido, que con la diáspora salió a embarcar una ilusión, una próspera carrera, como una vez en el alma, él vió una lucecita que prendía y que encendía con la mágica emoción de verse en plena carrera como una ilusión que se viste de paciencia para mejorar su camino y su triunfo a seguir. Se identificó como el saber del pecado incierto que por mirar y saber de la certeza en saber discernir entre lo incierto o verdadero. Se electriza lo acometido, lo incierto, y la manera de sentir lo que conlleva una sustracción en saber que el delirio es tan frío como se eriza la piel por tanto invierno de equinoccios que vienen y van. Cuando en la manera de sentir se encierra el desierto de imaginar lo que se encierra en el numen inventivo. Y el sol, otra vez, en el cielo, volvió y regresó lejos, y se fue por donde sale el sol. Cuando en el siniestro cálido se enfría el deseo de ver en los ojos ese sol de primavera que llegó a verano y que él lo vió en otra ciudad, cuando llegó con la diáspora del nuevo milenio. Cuando en el hambre se tornó pesado en el estómago y salió en busca de más trabajo y lo halló, pues, sí. Hizo éxodo, emigró hacia otra distancia, otro país, por donde se pasea el más vil de los ancestros, de la remota más arcaica de las tradiciones frías. Y sólo se electrizó lo que conlleva una manera de ver y de sentir lo que encrudece en el frío tiempo. Cuando en el alma se sintió fría, cuando en la imaginación se sintió desolada, densa, y tensa, cuando en el alma se enfrío el corazón y aquella luz por dentro. Cuando en el alma se electrizó por tanto y por demás, lo que jamás se logró hallar, lo que más se hizo, como un juguete nuevo en ir y venir lejos con la diáspora del nuevo milenio, cuando en el alma se electrizó por tanto y por un jamás del cual nunca pasaría a ser igual. Y fue el hijo de Don Juan, el que se fue, el que se marchó lejos dejando en su camino un dolor, una impaciente vena ardiente del calor familiar, pero, dejó hogar, casa y familia, cuando más se necesitaba, y fue a recorrer sectores, barrios, y suburbios, dejando atrás la inocente percepción de lograr hacia un triste jamás en lograr lo que nadie pudo ni consiguió en sueños dejando lo injusto en un barco donde embarcó lo que jamás creyó en ser a conciencia. Dejando una hoguera encendida, que para luego se intensificó sus deseos en volver, en regresar hacia el nuevo destino, pero, dejó su enlace entre la distancia, entre la manera de percibir lo que encierra entre el frío y el calor, que ha dejado, ¿y, para siempre?, pues, quizás no como también desea regresar algún día. Es como sucumbir en un sólo trance, en un sólo deseo, y un sólo anhelo en saber que el destino es fuerte como el abrigo que se toma y que no se deja jamás. Es como presentir que la fuerza en  el desierto es como poder beber y tomar del agua bendita de una cantimplora. Es como desear saber que el silencio, es autónomo en saber que el silencio se rige como una paz que se logra llegar hasta el punto en saber que el destino es real y que sí se fue con la diáspora del nuevo milenio a perseguir un próspero destino como llenar la copa de agua fresca. Cuando en el ambiente se riega como el sol y el agua a las rosas de un sólo jardín. Cuando se llena por un sólo anhelo el corazón de fuerte latido el cual embargó lejos de un eterno silencio. Como lo fue presentir el refugio entre los brazos de la noche fría, densa y tensa. Cuando en el alma se logró repartir lo que fue y lo que no será después de entregar esa luz que luego será como un principio y con un final aciago o feliz. Y se fue con el tiempo, con la llegada hacia una nueva dimensión, hacia una nueva distracción, hacia una nueva dirección, y era el camino hacia una nueva prosperidad que se llena de buena benevolencia, buscando forjar el destino lleno de felicidad. Cuando en el alma se siente como la fuerte atracción, de atraer el desierto, como el haber dejado el camino y proseguir un sólo silencio. Cuando en el alma se siente como el frío, dejando el sólo invierno, en una demasiada determinación. Y Don Juan allá en su tierrita se decía más y más, -“ay, qué dolor, negro dolor en mi alma blanca”-, se sentía abatido, desolado, y frío, con una desolación inconclusa, distrayendo el camino a seguir, pero, no, no, no, nunca se distrajo, no se fue por el camino perdido, sino que el silencio le trajo el recuerdo de una manera de ver y de automatizar lo crudo. Y en las venas el sabor de un alcohol. Cuando embriagó el deseo, el carisma, y la distancia. El deseo, por saber que quería superarse, el carisma, por saber que era libre y feliz, y la distancia, porque quería sobrevivir sin su padre dejando atrás las vivencias en sólo recuerdos. Y sí se fue, lejos, con la diáspora del nuevo milenio, cuando se electrizó su acometido en ir y volver, pues, no, no quería volver hasta alcanzar y lograr lo que quería en todo bien. Cuando en el alma quería sobrevivir con una luz que no se apaga con la vida, sino con el despojo de racismos, de étnica, de nacionalidades y de origen. Cuando la diáspora llegó e hizo éxodo y emigró con todo dolor, y más, con el recuerdo de su familia recostado en sus hombros. Cuando en el alma sucumbió en un sólo trance, en disolver lo que más ocurrió el vivo anhelo de creer lograr todo aquello en que se nació y se electrizó un acometido en saber que quería sólo crecer como hombre, profesional y como ser humano en sobrevivir lo que se marcó para siempre en la piel y más en el alma desnudando a toda luz muy dentro, adentro de la piel. Y llegó y se instaló en un suburbio de pobreza extensible, de insana soledad, y de pobre salubridad. Llegó como un tipo de su hogar, hogareño, tímido, pero, tenaz, fuerte de carácter, y de sola ansiedad, y quiso alcanzar el cielo. Y, más aún, el calor de un sólo frío en la ventana de una pequeña habitación muy moderada y muy empobrecida. Cuando en el alma sucumbió en el mañana, cuando en la ventana se da un sólo coraje de ver en el cielo y poder alcanzar. Y cuando se da lo que se dió, el cielo no es más que lo que quiere alcanzar. Cuando se dió el amor en el camino, cuando halló personas buenas y no tan buenas, sólo el desastre se vive como se vió en el corazón. Se desviste de sensaciones buenas, cuando se dió lo que el camino quiso y en el ambiente encrudece de miedos por no poder alcanzar lo que se espera. Cuando en el tiempo sólo sostuvo lo que susurró el tiempo. Cuando en el camino se intensificó más y más, en el ámbito de pertenecer al destino frío. Cuando en el corazón se electrizó el deseo de ver en el cielo lo que quería ser. Cuando en el alma se llenó de ambigüo anhelo, y quiso florecer como el campo, como aquellas plantas altas de plátano y de café. Cuando se fue por el rumbo lejos buscando prosperidad y logros. Cuando se marchó lejos sí, dejando un hogar sin dinero, sin luz ni agua ni deseos de vivir, pero, se fue lejos. No hubo tiempo ni de ir ni de regresar, porque todavía estaba aún preparando su camino y su destino, cuando el ocaso termina, dejando una noche desierta, oscura y perfecta para poder ir y venir y buscar lo que más quería. Cuando en el alma se ama a complacencia y se edifica lo que más es perfecto. Cuando en el momento se dió lo que más quería recibir una ayuda de mucha envergadura. Cuando en el amor se hechiza, como brebaje de un sólo deseo y en el alma una pobre luz que dicta camino a seguir. Cuando en el destino fue final de una sola salvación. Como una ayuda real para salir del hoyo, en que se había metido, por que sólo quería sobrevivir y además la prosperidad era todo. Y el padre Don Juan, sólo decía, -“ay, qué dolor, negro dolor en mi alma blanca”-, sólo se electrizó un cometido de oscura luz, cuando en el silencio, se entristeció su alma. Cuando el padre Don Juan, se llevó la sorpresa de tener a su hijo lejos y con la diáspora del nuevo milenio, se fundió el deseo de entrever a su alma negra como ese dolor, el negro dolor. Cuando en su manera de sentir el silencio se enalteció su bondad, su ternura y más la conmiseración por otros. Cuando llegó el frío sí, se debió de presentir la fuerza desde su más cálido interior, como lo fue haber criado y engendrado a ese niño que hoy era todo un hombre capaz de hacer que el mundo se ría con toda felicidad. Cuando en el ocaso se enfrío el destino suave y pernicioso. Y enredó todo como cometa de luz. Como un salvaje en tiempo y espacios dentro del oscuro universo. Cuando en el rumbo se identificó como una cruel dirección sin un fijo destino. Y era él, el hijo de Don Juan, cuando se fue con la diáspora del nuevo milenio, cuando llegó a ser como un espacio entero como aquella vez, en que el frío ocaso quiso ser como la noche entera que llega después. Y sí, se sintió el frío, cuando el tiempo quiso ser como el reloj dictando las horas crueles a más crueles. Cuando en el imperio de identificó como los ojos perfectos dando en el exacto reloj un permiso y un frío desnudo en que vió a la diáspora llegar a ese otro país como emigrando desde la imperfección del deseo a cuestas del sol veraniego. Y sucumbió en trance y desolación, cuando se vió llegar emigrando hacia ese nuevo destino que con algarabías quería saber de su próspero camino. Cuando en el desafío se electrizó el convite de entregarse entero cuando en el alma se dió un cruel desafío. Y se fue con la diáspora del nuevo silencio que enfrío el desastre de entrever la caricia superflúa en su camino. Y más amó, con la suerte del interior devastado cuando sólo hechizó una forma cruel de ver el cielo como lluvia y no con sol. Desde su interior se logró ver el instante en que quiso más lograr todo aquello que se proponía, pues, en el interior se cruzó una luz que lo llevó al mismo cielo. Cuando en el tiempo sólo se logró aterrizar en suelo ajeno, y quiso ser como un dios cuando en el alma se logró llenar de luz y de amor inconcluso. Cuando en el momento se abrió el corazón, cuando en el tiempo se llenó de ansiedades por obtener el éxito por completo. Como un destino tan cruel, tanto pasaje, como un silencio, desatando lo que nunca pasó, cuando en el tiempo se elevó el desierto, como un numen inventado, como el abrir y cerrar los ojos, dentro del silencio como hoja que vá y viene en el suelo, crujiendo en el camino. Y con los recelos, del nuevo mundo, viajó y penetró al fondo del mundo que lo esperaba con éxito o con fracaso. Y sucumbió en el deseo de amar bajo las penas olvidadas del mismo tiempo. Y quiso y viajó más y más, cuando en el ocaso enfrío de un cruel desatino. 

 

Continuará…………………………………………………………………...