Alberto Escobar

Anabel

 

Como fruta inmadura...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un padre volcado sobre un teclado termina de escribir.
Le gusta ganar el tiempo perdiéndose entre los sargazos
que complican su mar interior, sin conseguir explicarlo del todo.
Termina el poema, lo publica en una de esas web que dan espacio
al que no lo suele tener y lo ofrece a su hija, que está en sus cosas:
Anabel, ¿Quieres leer lo que acabo de publicar?, seguro que te va
a gustar.
No papá, ahora no, no tengo tiempo para esas cosas tuyas, no las
entiendo aunque me gusta la idea de que escribas, quién sabe si yo
de mayor...
Bueno, te entiendo, eres pequeña todavía y aunque tu mundo empieza
a hacerse nebulosa por aquello de la adolescencia, ya acudirás cuando
tu interior te lo indique, cuando entre la neblina se vislumbre una luz que
preludie tu sol y despeje tu cielo.
Los poemas que derramo en este pozo descansarán en él de por vida
salvo que la tierra donde se asientan los succione hacia otros manantiales
que ya no me pertenezcan pero que de alguna manera serán míos.
Sé que entonces acudirás a ellos como el sediento que encuenca sus
manos contra la próxima fuente; entonces hallarás la respuesta que
busques en el arcón de tu esencia, que es la mía, que es el acertijo de
lo que soy y de lo que eres, los dos uno.
Te espero para entonces, allí estaré.