Quién ha de ser adivino,
para encontrar las grietas
de nuestros cuerpos frágiles
de las almas macizas
que valientes han de venir a servir
y sobrevivir.
Cocinar un manjar para la muerte,
tomarse el tiempo para prepararle una cena exquicita.
Cruda, seca, tierna y sorpresiva.
Los ojos colgados,
Catorce años de una rutina,
o sesenta.
Nadie puede ver más allá de nuestros ojos.
Las dolencias que nos hacen
una invitación al purgatorio.
¿Cómo se retrata lo irreversible?
Todos somos culpables.
Cinco minutos donde pude detenerte.
¿Dónde estaba yo?
Si no pude ver más allá de tu cuerpo flaco,
y no escuché el clamor escondido entre tus palabras.
Tus párpados pesados,
se han sellado para siempre.