En ocasiones me miro y pienso que no sé qué pienso cuando me miro;
pego mi ojo a mi ojo, dejo que la luz reflejada en uno refleje en el otro
tan solo para que vuelva a reflejarse en ciclo eterno,
hasta que en algún punto llegue correctamente a mi retina.
No al frente, no atrás.
Todo mostrándose exactamente como es,
o como se supone debiera ser.
Pego mis manos a la cara
como quien examina las vendas
que cubren una herida.
De quién es esta piel,
de quién estos huesos.