A la luna, lunera, chiquita
pendenciera, que al croar de la rana
descubre, unos senos embarraditos,
de triste figura, turgentes de miel
a la lengua dulce, el espolón áspero,
la noche de marras, allí fue a dejar sus
mieditos, todos arrejuntaos,
huesos, un puñao, no había más,
pronto se fue el resplandor
de mi niña, fugaz, y desde la noche
esa, la luna, la tuya, me habla.