Pinto con colores de la noche,
lo que aquellos días pinté
con la paleta de la aurora
más temprana y etérea,
pues mis ojos son ahora laberintos
monocromáticos arrasados por durezas
del alma.
Conmigo, las reminiscentes vanidades
que provocaban cegueras románticas,
donde era cómplice de los carcelarios delirios amorosos,
porque en la soñada libertad que hubiese tenido,
no era yo sino el amor y por ende otra persona.
Cuando despierto por el asesino de quimeras,
con inmediatez rondan por la cima de mi cuerpo
unos buitres leonados,
carroñeros al acecho de los recuerdos heridos,
que poco a poco me aceleran hacia la diástole infinita.
No era yo sino el amor,
esposado con sus blandas fauces impertinentes,
No era yo sino los sueños,
las imágenes utópicas de pecadoras curvas.
No era yo, eran tus besos como estacas de plata.
No soy yo, sino las permanentes consecuencias del ayer.