Estas líricas te las entretejo sin reparar tu valor,
es tu fantasma fortuito y azaroso quien me permeó.
Sos la cuna del rio, mi conquista, el misterio;
el bautismo de un creyente de resueltos deseos.
No es que seas el botín de centenares de asaltos,
eres el absoluto resplandor del tesoro
desconcertante. Debo convencerme que no te
necesito… no te necesito.
A pesar de las lluvias profanas y del sonambulismo
nefasto de los adversarios avistados, no reparé en
dar marcha atrás. Porque más que perder mis
legiones, hubiera perdido el exquisito placer, mis
incógnitas y las posibilidades de tomarte, aunque
fueras de piel huraña y no de oro.
Esta lírica que grabo en los anocheceres del olvido,
dobla mis palabras y las guarda en el hubiera de un
querer, un querer que ni yo conozco como te
desconozco.
¿Qué tiene, centellas de pecunias? ¿Qué de malo
tiene haberme robado distraído algunas lagunas
perladas para erigirnos un poblado de realidad
subjetiva? Un poblado de calles empedradas de luna
y felices habitantes adornados con tus esmeraldas y
rubíes en el invierno.
Te pude querer amar superflua fortuna. Hubiera
arrebatado tu misterio negativo por una u otra senda
anudada. Mi debilitado ego arrojó a mis pies
razones para tomarte con pasión desenfrenada y
soñarnos cabalgando en los campos a orillas de
nuestra urbe ilusoria.
¡Fue tan astral reposar sobre el canto de tu caudal
indeciso! Mas el fantasma de tus valiosas alhajas
puede descansar sereno, porque te quiero, así…
anónima. Como me quiero sin valor para vos, con
nuestro poblado deshabitado y triste.
Luis Adolfo Otero