Te vi dormida tendida en un carrusel de papel
juguetona pesadilla de diosa sacrificada
así corrí a tu encuentro, amada de calle y nocturna blasfemia de bolsillo
Deseo perdido, sin pudor ni horizonte
Tenías oro de guerra en tus senos, un cadáver y suerte en un viernes de lluvia
Juré habitarte lentamente como en un sueño implacable
Promesa de bestia arrojada, cortejo antiguo de luto amañado
Tus manos, lujuria de cromo, retorcido, de espectro hervido en una simple borrasca
la palabra, la lluvia que me sopló tu aire, el que me trajo de vuelta
Tu abandono me echó para siempre. tesoro y pobreza, piadosa hojarasca perdida
larga tragedia insondable
Llorando una risa locura, temiendo cantos de lirio
Sordina frágil sordina
Despacio en la ciega huída
Murió un clarín despierto y estrecho, como también nació de nuevo el resplandor de la tarde
Huyeron como en silencio largos aceites de trueno
vestigios de un abanico necio en tu cuerpo vagabundo
redondo
con sombras sin aire en las esquinas de tu vientre
sin arrugas de oficio en la honda centella de tu frente
basando blandamente la hiedra azucarada
Agua y cielo que se revela
ansioso, indeciso, inocente y sin condena
Mártir sin suplicio que se posa atrincherado
Sudario de mar dulce, callado
Tu estruendo inesperado lame una selva olvidada
destellos de noches que engullen pleitos sin resolver
patios de sed escondidos, tibios de enredaderas
de corredores dormidos,
ruido de pasos evaporados por el silencio de una casa vacía
que es tu verso inocente, bruma vieja que nadie visita
Pero pronto recupero tu aliento y salgo en horas de huellas cardinales
precisas, a buscarte en tu niñez encendida
pierna de joven naufragio que amé
exhausto, vencido, prisionero de playa buscando tu orilla
sosiego encendido a caballo entre la quemadura de sol y la sombra prometida
Hoguera inevitable, tibia de pétalos trovadores
tu orilla de pan de horno
Dulce sombra muerta
Pena enterrada trémula y lozana
inerte y piadosa