Alberto Escobar

Qué asco

 

La civilización es la generalización
del asco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dicen los estudiosos de aburrida letra y encendida neurona
que el hombre transita del mono al ser humano a golpe de mueca
de asco reflexivo, de asco que apostrofa la barbarie de nuestras costumbres.
El uso de cubiertos, por mencionar tan asiduo instrumento, cifra ese tránsito
que ejemplifica la mano como indecorosa en las artes culinarias.
La repugnancia, que se expresa en plural para recogerse en lo singular,
ha ido restando en su sucederse vigor al especimen para ir tiñiéndolo
de una distinción celebrante.
Pienso de seguido en el acto de deposición escatológica, que desde la noche
de los tiempos era de ceremonia pública —los baños comunes han existido
hasta antes de ayer— pasa modernamente al cubículo de lo íntimo, primero
en las esferas más pudientes —por aquello del bidé y otros sanitarios— y luego
en el vulgo, testificando la índole de mancha de aceite que caracteriza el progreso,
definiendo este como la desanimalización del individuo.
Esta sutilización del sentido del asco es el motor inconsciente de nuestra civilización.
Esta perorata me sale al tenor de unas lecturas sobre el Cid Campeador, como
música de fondo que en mi mente acompañó el silabeo de unos pasajes del Mío
Cid que me dio por acometer recién —como dicen en tierras americanas—:
«Si Don Rodrigo levantase la cabeza y viera en qué se ha convertido la raza humana».