tazagorafobia. (Foto-poema)
Un manojo de huesos marchitos están resguardados por un sombrío cajón de madera. Un cadáver es consumido lentamente por pequeños gusanos que devoran cada rincón de su carne. La silente cuenca de sus ojos está vacía, ya ni rastro quedan de aquellas pupilas cafés que miraron alguna vez los colores del mundo. Gran parte de su carne se ha extinguido, solo quedan simples pedazos sueltos de lo que alguna vez fue una presencia palpitante. El infinito tiempo desaparece una a una sus moléculas, los segundos arañan cada vez más su frágil recuerdo trastocado. Los soldados del tiempo marchan inexorablemente hacía un destino irremediable. Las balas del olvido avanzan sin tregua hacía el inmóvil pecho de un cadáver putrefacto. Ha llegado el día de su crucifixión final, ha llegado el momento de enfrentar su verdadera muerte. El repugnante puñado de huesos fríos ha empezado a desaparecer... Ya nadie lo recuerda, su alma ha caído en lo más profundo del Foso del olvido, ya no existe de ninguna forma, ya no vive por ninguna motivo. Ha muerto. Totalmente. Su pestilente cuerpo se pudre debajo de una fúnebre lápida sin rosas.