Frecuentemente asistida
la muerte anda rondándome
es una anestesia lenta que
pretende asesinarme, funesta
y orgullosa, genera
flamas belicosas, estampa
su figura siniestra en mi cuerpo
un incienso purificado de trampas
y desconsuelos. Yo miro
observar a la muerte mis ojos,
descender de la decrepitud de una estrella
los labios más sonrojados que pude observar,
y entre mentiras y ególatras ladinos,
mi acequia se llena de símbolos.
Miro las calaveras de altruistas genios,
solitarios en sus avernos de buitres cansados,
amaneciendo siempre por el cielo, y
las pesadas pestañas se me cierran
en un completo ciclo de vida y dolor.
Las raíces cada vez pesan más
su solitaria lumbre de congoja
las lágrimas que eludieron una locura pertinente
la rebeldía más locuaz sobre mesas de mármol
y mis lágrimas pesan más que la acumulación
de agua y serpientes.
Miro de cerca, las avenidas silentes, el conflicto
de los barrios próximos, y hay más belleza
en los ojos cuando supuran tenues angustias.
Miro de cerca mi voz, lo único que me queda.
Y se encierran en mi cuarto, los sones beatíficos,
el dolor, la angustia, todo queda superado, como
por la flor, la tenacidad enrizada del tallo.
Frecuentemente lloro, y se me enervan
las venas, y hay un complejo de llaves que
a tiempo, para mis lágrimas, llega.
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