Pajarito, ¿por qué no cantas?
¿por qué tus alas no se acarician con el cielo?
¿por qué se apaga el ardor que enciende tu pecho?
¿por qué se escucha débil tu corazón triste?
Me han lastimado, me lo dicen tus ojitos lagrimeando.
Te he visto besar al sol sin quemarte.
Te he confundido con el viento que ahuyenta
nubes negras de un estupendo día soleado.
Te he visto caer como lluvia fría
y levantarte de la tierra como árbol firme, tranquilo, impasible.
¡Cuánto te he admirado cuando con ramitas muertas
construyes el cálido hogar donde engendras la vida!
¡Cuánto se han llenado de alegría mis ojos al ver nacer
del desorden de tu vuelo el orden ineludible de las cosas!
¡Cuánto se ha hecho oír mi canto fuera de mi pecho, dentro
de mi cuerpo, en el olvido de ellas, en el recuerdo de ellas
cuando balbuceo tu canto colmado de versos de vida y de [esperanza!
¡Te he visto devorar las olas del mar
con tus alas de tierra!
¡Te he escuchado cantar aún más fuerte
que el grito ensordecedor del silencio!
¡Te has posado en mi lengua,
como si fuera tu hijo hambriento,
para darme de comer palabras
que le arrebatas a lo que no termina de ser!
¡Me has enseñado a volar,
a pesar de que no tengo alas,
por el cielo, a través del infierno,
en las cimas y en las simas del pensamiento,
bajo el árbol de frutos de astros de este y otros universos,
con imaginación y con más valentía que prudencia,
contra las inclemencias del tiempo,
cuando me domina el miedo,
y mientras muero porque más no puedo!
¿Y tú, lastimado, ni cantas ni vuelas...?
¡Por favor!
¡Canta y vuela, siempre vuela y canta, pajarito mío!
¡Que sin tus alas y sin tu canto
el cielo de mi corazón necesitado,
se cae,
lágrima
a
lágrima,
a pedazos!