Francisco Barreto

FERVOR MALDITO

             FERVOR MALDITO (o mi pasión prohibida por Elda Maria)                                                                                                                                                                                                                                                      

                                MAGNIFICAT A LA  GUERRA OSCURA DEL CORAZON                                                                       

                                                                                            

                                                                           Eran los días blancos de diciembre

con sus mañanas frías y oreadas

esparciendo rayos matutinos

sobre el escarpado suelo mojado.

Días con sus vespertinas frías

y sus medios días llenos de luz,

llenos de brisa gélida y romántica

con  sus olores a flores de pascua.

En la epifanía del primer rayo de sol

un ambiente amarillo con tonalidad gualda

trata de imponerse sobre la blancura del día.

Reinan las tardes melancólicas

que delatan en tímido susurro

los pasos cercanos del inclemente verano,

la cesación de los privilegios del clima,

la muerte de Eolo y con él su corte:

 Los Alisios, los Céfiros  y los Boreas.

Pero  en sus imperiales ocasos

lenguas como de fuego crean

un manto purpurino con luz tornasolada

débilmente derramada sobre la alcatífa del paisaje

dándole la bienvenida a un crepúsculo arrogante

que en espléndido tributo le  cobra a la tarde alegre

la noche rutilante que  ya perfila estrellada. 

Crecen las esperanzas,

y aumentan las profundidades

que arrebatan el pensamiento.

Todo es tenue y sublime.

Todo blancura infinita…

Todo noche titilante...

Hasta que aparece ella,

con su falda vaporosa

batiendo al viento sus encantos.

 

Mientras cuesta arriba y cuesta abajo

pasa frente a la vera de mi casa

como una Dama que huella mullidas alfombras;

viene con sus senos perfumados,

diestra en mirar y herir  por ser deseable en su apariencia inasequible

 promoviendo al mundo así su desenfado;

y en cada paso que sutilmente acusa

sobre el humus desalmado

de la tierra que gentilmente pisa

la declaran la mas bella  sobre todas las demás cosas

 que al alma del hombre hechizan.

Su andar  rítmico, airoso y reposado.

Lo terso y despejado de su frente.

La rutilante luz de su mirada;

todo es ritmo, todo es cadencia de astucia instintiva.

Es un vaivén de olas blancas, espumosas

y en cada paso que avanza

sin languidez, sin quebranto de la voluntad

reclama la  posesión del espacio que la rodea.

Se apodera del aire y de la brisa que besa su faz risueña.

Hace suya la blanca luminosidad del día

y sus mejillas semejan dos pomelos rubicundos por el sol

 como un par de besos de carmín    

Sus ojos  grandes y fijos, algunas veces ausentes

son centinelas de su vida menguante

los que parpadean al compás de un espíritu que indaga

desdeñando las vanidades del mundo

y pensando solo en las cosas del universo eterno..

¡Oh! sutil visitadora del alma mía.

Con su voz ancha y su respirar delgado, lejano.

Aprovecha cualquier instante

 para expresar su delicada humanidad

hacia el contacto con el mundo terreno.

Una cabellera rojiza hace copa

a un cuello largo de cisne

cual blancura  de alabastro

que apuntala sobre un tronco delgado.

Su cara es tersa y disimulada la belleza

que exhibe algunas veces vanidosa.                

Una dentadura como empalizadas de azúcar

se enclaustra dentro de una boca

sutilmente cerrada como emblema

del silencio, de la palabra callada

y unos labios cárdenos y pulposos

destacan en la aurora toda luz

de su faz de sol, oferente y veleidosa:

¡Su inquisitivo misterio!

Sus senos móviles  y turgentes en sus bases primorosas

yerguen como colinas que otean

sobre una inmensa depresión blanca

de exquisita anatomía.

Sus muslos redondos y abrillantados,

como pilares de su apetecible fortaleza

invitan a ser trepados

escalando de a poco y de a pasos lentos

a través de su  límpido ramaje

 cada hoja plegada y perfumada

del frondoso árbol de su remirada candidez

cifra y figura de cuanto se puede admirar

de la angelical y prístina creación de Dios.

 

Apenas ayer Elda  enrumbaba su vida

al mundo infinito, al universo desconocido.

Sus enaguas de colegiala y sus libros ajados

la escoltaron al mundo de una nueva anatomía,

a los primeros cosméticos y los primeros afeites,

al culto femenino de la pulcritud y el rubor

y su vida se convirtió en un libro mismo

que nutría sus páginas más por lo que

a la imaginación correspondía

que al cuerpo oscurecido de las letras impresas

de una vida que ya frisaba proclive

a dejarse transcurrir en la enramada frondosa

de lo desconocido y lo místico,

en lo esotérico  y lo trascendental,

al intrincado  reino de los arcanos y dioses como hay criaturas.

Yen los primeros años de su juventud  traviesa y bulliciosa

brotó en renuevos de candor inocente una atracción envolvente

hacia los favores de las deidades del amor, sacerdotisas inertes

con vida propia solo en la conciencia aún no desengañada

y Elda, en mente y continente se alistó prosélito

 en una nueva religión de diosas disponibles en materia de amor y otras exigencias

Desde el Africa hasta la China, se amasó con nombres como:

 “Semiramis”; “Astarte”;”Isis”;”Venus”;”Diana”;”Hariti” y “Kuan-Yin”

y así empezó a caminar en los andenes

de un mundo  imperceptible y etéreo

y a concentrarse por un esfuerzo de amor a si misma

en el centro mismo de una nueva inteligencia,

en el ápice de la mente que ve en todas partes su verdad.

La misma meditación racional de sus primeros días

aseguraron un mundo nutrido de imágenes y de formas

que le proveyeron de igual manera

 un exclusivo modo de amar, muy particular,

muy cargado de recelo y alzado en vuelo a la contemplación

de sus necesidades en demasía y a la contemplación esencial

y prioritaria de su vida intima como única razón de ser,

creando un afecto de aberración egoísta

del amor Divino, creyendo  que el alma

ama a Dios cuando se ama a si misma

y así, aprovechándose de las impresiones exteriores

fue creando su propio método discursivo:

¿Qué extraño temor. Qué singular escrúpulo?

¿Qué perceptible remordimiento. Qué delectación sensual?,

¿Qué rapto de entusiasmo, le apartaría

 de lo que había determinado para su perceptible vida?

Si alguna efusión de ternura,

 si alguna, mas o menos alta aspiración distinta apareciese

para hacerla olvidar del rumbo trazado,

para estorbarla en la contemplación de la superior inteligencia

se encontraría con la mas férrea de las voluntades determinadas,

y al clamor primero de las vidas ocultas

que orgullosamente llevaba en su seno

como lenguas de fuego hambrientas,

transportando anhelos, transportando sueños,

y en unísono al  reclamo de la tierra que exigía

vida sobre sus rubias eras,

y caminantes para hacer caminos,

inicióse en las intríngulis del sortilegio

teniendo de inmediato a su disposición

la suerte propia de las principiantes;

envidia justificada de Medea y la singular Hecate,

y mucho mas de Circe(2).

Tan sin alma vino el estro y el celo a su corazón

que columbró las exigencias sexuales por cima

de las demás perfecciones de la vida humana

y aprestóse a desarrollar el mas efectivo

de los filtros del amor y el mas experimentado de los sortilegios

para cazar al primer labriego con cara de sembrador

que pasase frente a la puerta de su casa

y así logró su cometido para inaugurar

su primera primavera y estrenar el granero aborigen y de ensueño

que le obsequiara la vida para brotar  su primer retoño

Y ahora que sentía  el arrullo enamorado susurrándole al oído

 y el agrandamiento de sus senos perfumados,

y se hacía mas corta su almohada de niña inquisitiva

entregóse a esa nueva experiencia que le granjearía

el laurel de la misión cumplida,

 pero la escarcela de los besos compartidos siempre enjuta

aunque la alcancía de los amantes seducidos, siempre a romper casi

porque los dioses taciturnos en su corte de veedores

a la cabeza del funesto Asmodeo (3)

y en agravio por el uso de buena parte

de una soberbia ambiciosa en  manifestada rebeldía

cuando hubo de procrear vida

por cuanto y por expresar “ad libitum”y en egoísta determinación

el cuándo y el cómo  dispondría su fértil útero

ya no suyo sino del dios Cosmo y de la diosa Gea

regentes del Orbe telúrico

se le exigió ya muy alto precio

a cambio de la singular metamorfosis

que felizmente empezaba a amanecer  en su cuerpo. De modo que:

 “Por cada beso del corazón que recibiere

 de los muchos amantes que adelante tendría,

un paso mas hacia la inconstancia se comprobaría

y un amenazado camino recto de excedencias

en melancolía sería trazado por la patética

transitoriedad de la oferta masculina,

templarios del vinculo amoroso”

Cifra y figura de Fedra (4) diosa de las relaciones

 que se esfuman sin esperanzas con el éter de la noche fría.

Así con ese talante sombrío de infeliz correspondencia

pero con su alacena repleta de amantes prometidos

emprendió la vida que le arrojaría los dividendos del día:

Solo pupilas aguadas y pañuelos agitados

por cada amante que partía desde los andenes

de su vida ávida de compañía.

Cuando de repente un día apareció en su vida

un peregrino de entusiasta corazón

buscador de tesoros de júbilo

que columbraba los hitos mágicos del amor

y admiraba las estatuas con leyendas en sus pedestales,

creando en su mente votiva, imagines  ecuestres y pedestres

de los grandes amantes que han poblado la humanidad

con sus célebres y tristes historias.

Cual Espartano de indeleble impresión y  muelles hábitos de sociedad

que  encumbraba cualquier repecho del mundo intelectual

y acompañado de una personalidad gallarda de natural distinción,

exhibía como complemento un par de ojos llenos de fuego.

Su inteligencia natural expresaba una no aprendida elegancia de sus modales,

comunicando los refinamientos del amor con ardorosa sinceridad,

cargando solo en su agravio una manifiesta incapacidad de coexistencia

entre los Orlandos (5) que llevaba dentro

y que imponían cada uno su supremacía

para asegurarle el botín de su carácter seductor.

Una vida plena de pasión con arrestos de lujuria

sin intención alguna de poner a freno,

fue la ondeante enseña

de este Lizardo (6) recién llegado

con renuevos de verdor exquisito y espejo del buen tono

que le realzaban muy buenas prendas personales.

Y ella la de los senos perfumados

y la falda de vapores al viento.

La de los pomelos en su faz como besos de carmín

y la mirada altiva e hiriente,

de inmediato se prendió a su espalda escotera

y sólo tres palabras  mediaron

para negociar un corazón maldito

“Acompáñame por siempre”

dijo ella, ahora con ojos tiernos y adulones.

Y el que endiosaba las historias de los amantes famosos.

Que columbraba las estatuas para sus héroes.

Y recreaba su instinto de perfección con las vírgenes de Murillo (7)

accedió a dejarse morir por ella.

 

Exacerbando en  pensamiento mítico

la imaginó como Beatriz para Dante

quien aún muerta seguía cantándola

como figura y representación de la Patria

del saber y de la Belleza.

Como en los amores de Don Luis de Vargas y Pepita Jiménez (8)

que revelaban el tráfago doloroso de quien está

a punto de anteponer a su vocación religiosa

el carnal goce del contubernio fogoso

de una relación de pareja, Don Luis decía de Pepita:

“Si la dejo entre los vivos, no acierto a convertirla

en idea pura y para convertirla en idea pura,

 la asesino en mi mente, luego la lloro,

luego me horrorizo de mi crimen y me acerco a ella

en espíritu, y con el calor de mi corazón le vuelvo la vida”.

 

La vio como a Galatea ya animada por el afecto de Pigmalion (9) 

lozana y llena de vida en su pedestal de mármol.

Y bajo el efecto vagaroso de la noche veía

en su amante cualquier emula de amor.

Pudo a través de los besos frescos de Elda

imaginar el desenlace trágico de Tristan e Isolda (10) 

que creyeron que muriendo aquí podrían ser felices en el mas allá

Podría comprender al ver la primera lágrima de su amada

la figura de Ariadna cuando Teseo la abandonó en Naxos (11)

y esta se deshizo en lágrimas de dolor:

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