FERVOR MALDITO (o mi pasión prohibida por Elda Maria)
MAGNIFICAT A LA GUERRA OSCURA DEL CORAZON
Eran los días blancos de diciembre
con sus mañanas frías y oreadas
esparciendo rayos matutinos
sobre el escarpado suelo mojado.
Días con sus vespertinas frías
y sus medios días llenos de luz,
llenos de brisa gélida y romántica
con sus olores a flores de pascua.
En la epifanía del primer rayo de sol
un ambiente amarillo con tonalidad gualda
trata de imponerse sobre la blancura del día.
Reinan las tardes melancólicas
que delatan en tímido susurro
los pasos cercanos del inclemente verano,
la cesación de los privilegios del clima,
la muerte de Eolo y con él su corte:
Los Alisios, los Céfiros y los Boreas.
Pero en sus imperiales ocasos
lenguas como de fuego crean
un manto purpurino con luz tornasolada
débilmente derramada sobre la alcatífa del paisaje
dándole la bienvenida a un crepúsculo arrogante
que en espléndido tributo le cobra a la tarde alegre
la noche rutilante que ya perfila estrellada.
Crecen las esperanzas,
y aumentan las profundidades
que arrebatan el pensamiento.
Todo es tenue y sublime.
Todo blancura infinita…
Todo noche titilante...
Hasta que aparece ella,
con su falda vaporosa
batiendo al viento sus encantos.
Mientras cuesta arriba y cuesta abajo
pasa frente a la vera de mi casa
como una Dama que huella mullidas alfombras;
viene con sus senos perfumados,
diestra en mirar y herir por ser deseable en su apariencia inasequible
promoviendo al mundo así su desenfado;
y en cada paso que sutilmente acusa
sobre el humus desalmado
de la tierra que gentilmente pisa
la declaran la mas bella sobre todas las demás cosas
que al alma del hombre hechizan.
Su andar rítmico, airoso y reposado.
Lo terso y despejado de su frente.
La rutilante luz de su mirada;
todo es ritmo, todo es cadencia de astucia instintiva.
Es un vaivén de olas blancas, espumosas
y en cada paso que avanza
sin languidez, sin quebranto de la voluntad
reclama la posesión del espacio que la rodea.
Se apodera del aire y de la brisa que besa su faz risueña.
Hace suya la blanca luminosidad del día
y sus mejillas semejan dos pomelos rubicundos por el sol
como un par de besos de carmín
Sus ojos grandes y fijos, algunas veces ausentes
son centinelas de su vida menguante
los que parpadean al compás de un espíritu que indaga
desdeñando las vanidades del mundo
y pensando solo en las cosas del universo eterno..
¡Oh! sutil visitadora del alma mía.
Con su voz ancha y su respirar delgado, lejano.
Aprovecha cualquier instante
para expresar su delicada humanidad
hacia el contacto con el mundo terreno.
Una cabellera rojiza hace copa
a un cuello largo de cisne
cual blancura de alabastro
que apuntala sobre un tronco delgado.
Su cara es tersa y disimulada la belleza
que exhibe algunas veces vanidosa.
Una dentadura como empalizadas de azúcar
se enclaustra dentro de una boca
sutilmente cerrada como emblema
del silencio, de la palabra callada
y unos labios cárdenos y pulposos
destacan en la aurora toda luz
de su faz de sol, oferente y veleidosa:
¡Su inquisitivo misterio!
Sus senos móviles y turgentes en sus bases primorosas
yerguen como colinas que otean
sobre una inmensa depresión blanca
de exquisita anatomía.
Sus muslos redondos y abrillantados,
como pilares de su apetecible fortaleza
invitan a ser trepados
escalando de a poco y de a pasos lentos
a través de su límpido ramaje
cada hoja plegada y perfumada
del frondoso árbol de su remirada candidez
cifra y figura de cuanto se puede admirar
de la angelical y prístina creación de Dios.
Apenas ayer Elda enrumbaba su vida
al mundo infinito, al universo desconocido.
Sus enaguas de colegiala y sus libros ajados
la escoltaron al mundo de una nueva anatomía,
a los primeros cosméticos y los primeros afeites,
al culto femenino de la pulcritud y el rubor
y su vida se convirtió en un libro mismo
que nutría sus páginas más por lo que
a la imaginación correspondía
que al cuerpo oscurecido de las letras impresas
de una vida que ya frisaba proclive
a dejarse transcurrir en la enramada frondosa
de lo desconocido y lo místico,
en lo esotérico y lo trascendental,
al intrincado reino de los arcanos y dioses como hay criaturas.
Yen los primeros años de su juventud traviesa y bulliciosa
brotó en renuevos de candor inocente una atracción envolvente
hacia los favores de las deidades del amor, sacerdotisas inertes
con vida propia solo en la conciencia aún no desengañada
y Elda, en mente y continente se alistó prosélito
en una nueva religión de diosas disponibles en materia de amor y otras exigencias
Desde el Africa hasta la China, se amasó con nombres como:
“Semiramis”; “Astarte”;”Isis”;”Venus”;”Diana”;”Hariti” y “Kuan-Yin”
y así empezó a caminar en los andenes
de un mundo imperceptible y etéreo
y a concentrarse por un esfuerzo de amor a si misma
en el centro mismo de una nueva inteligencia,
en el ápice de la mente que ve en todas partes su verdad.
La misma meditación racional de sus primeros días
aseguraron un mundo nutrido de imágenes y de formas
que le proveyeron de igual manera
un exclusivo modo de amar, muy particular,
muy cargado de recelo y alzado en vuelo a la contemplación
de sus necesidades en demasía y a la contemplación esencial
y prioritaria de su vida intima como única razón de ser,
creando un afecto de aberración egoísta
del amor Divino, creyendo que el alma
ama a Dios cuando se ama a si misma
y así, aprovechándose de las impresiones exteriores
fue creando su propio método discursivo:
¿Qué extraño temor. Qué singular escrúpulo?
¿Qué perceptible remordimiento. Qué delectación sensual?,
¿Qué rapto de entusiasmo, le apartaría
de lo que había determinado para su perceptible vida?
Si alguna efusión de ternura,
si alguna, mas o menos alta aspiración distinta apareciese
para hacerla olvidar del rumbo trazado,
para estorbarla en la contemplación de la superior inteligencia
se encontraría con la mas férrea de las voluntades determinadas,
y al clamor primero de las vidas ocultas
que orgullosamente llevaba en su seno
como lenguas de fuego hambrientas,
transportando anhelos, transportando sueños,
y en unísono al reclamo de la tierra que exigía
vida sobre sus rubias eras,
y caminantes para hacer caminos,
inicióse en las intríngulis del sortilegio
teniendo de inmediato a su disposición
la suerte propia de las principiantes;
envidia justificada de Medea y la singular Hecate,
y mucho mas de Circe(2).
Tan sin alma vino el estro y el celo a su corazón
que columbró las exigencias sexuales por cima
de las demás perfecciones de la vida humana
y aprestóse a desarrollar el mas efectivo
de los filtros del amor y el mas experimentado de los sortilegios
para cazar al primer labriego con cara de sembrador
que pasase frente a la puerta de su casa
y así logró su cometido para inaugurar
su primera primavera y estrenar el granero aborigen y de ensueño
que le obsequiara la vida para brotar su primer retoño
Y ahora que sentía el arrullo enamorado susurrándole al oído
y el agrandamiento de sus senos perfumados,
y se hacía mas corta su almohada de niña inquisitiva
entregóse a esa nueva experiencia que le granjearía
el laurel de la misión cumplida,
pero la escarcela de los besos compartidos siempre enjuta
aunque la alcancía de los amantes seducidos, siempre a romper casi
porque los dioses taciturnos en su corte de veedores
a la cabeza del funesto Asmodeo (3)
y en agravio por el uso de buena parte
de una soberbia ambiciosa en manifestada rebeldía
cuando hubo de procrear vida
por cuanto y por expresar “ad libitum”y en egoísta determinación
el cuándo y el cómo dispondría su fértil útero
ya no suyo sino del dios Cosmo y de la diosa Gea
regentes del Orbe telúrico
se le exigió ya muy alto precio
a cambio de la singular metamorfosis
que felizmente empezaba a amanecer en su cuerpo. De modo que:
“Por cada beso del corazón que recibiere
de los muchos amantes que adelante tendría,
un paso mas hacia la inconstancia se comprobaría
y un amenazado camino recto de excedencias
en melancolía sería trazado por la patética
transitoriedad de la oferta masculina,
templarios del vinculo amoroso”
Cifra y figura de Fedra (4) diosa de las relaciones
que se esfuman sin esperanzas con el éter de la noche fría.
Así con ese talante sombrío de infeliz correspondencia
pero con su alacena repleta de amantes prometidos
emprendió la vida que le arrojaría los dividendos del día:
Solo pupilas aguadas y pañuelos agitados
por cada amante que partía desde los andenes
de su vida ávida de compañía.
Cuando de repente un día apareció en su vida
un peregrino de entusiasta corazón
buscador de tesoros de júbilo
que columbraba los hitos mágicos del amor
y admiraba las estatuas con leyendas en sus pedestales,
creando en su mente votiva, imagines ecuestres y pedestres
de los grandes amantes que han poblado la humanidad
con sus célebres y tristes historias.
Cual Espartano de indeleble impresión y muelles hábitos de sociedad
que encumbraba cualquier repecho del mundo intelectual
y acompañado de una personalidad gallarda de natural distinción,
exhibía como complemento un par de ojos llenos de fuego.
Su inteligencia natural expresaba una no aprendida elegancia de sus modales,
comunicando los refinamientos del amor con ardorosa sinceridad,
cargando solo en su agravio una manifiesta incapacidad de coexistencia
entre los Orlandos (5) que llevaba dentro
y que imponían cada uno su supremacía
para asegurarle el botín de su carácter seductor.
Una vida plena de pasión con arrestos de lujuria
sin intención alguna de poner a freno,
fue la ondeante enseña
de este Lizardo (6) recién llegado
con renuevos de verdor exquisito y espejo del buen tono
que le realzaban muy buenas prendas personales.
Y ella la de los senos perfumados
y la falda de vapores al viento.
La de los pomelos en su faz como besos de carmín
y la mirada altiva e hiriente,
de inmediato se prendió a su espalda escotera
y sólo tres palabras mediaron
para negociar un corazón maldito
“Acompáñame por siempre”
dijo ella, ahora con ojos tiernos y adulones.
Y el que endiosaba las historias de los amantes famosos.
Que columbraba las estatuas para sus héroes.
Y recreaba su instinto de perfección con las vírgenes de Murillo (7)
accedió a dejarse morir por ella.
Exacerbando en pensamiento mítico
la imaginó como Beatriz para Dante
quien aún muerta seguía cantándola
como figura y representación de la Patria
del saber y de la Belleza.
Como en los amores de Don Luis de Vargas y Pepita Jiménez (8)
que revelaban el tráfago doloroso de quien está
a punto de anteponer a su vocación religiosa
el carnal goce del contubernio fogoso
de una relación de pareja, Don Luis decía de Pepita:
“Si la dejo entre los vivos, no acierto a convertirla
en idea pura y para convertirla en idea pura,
la asesino en mi mente, luego la lloro,
luego me horrorizo de mi crimen y me acerco a ella
en espíritu, y con el calor de mi corazón le vuelvo la vida”.
La vio como a Galatea ya animada por el afecto de Pigmalion (9)
lozana y llena de vida en su pedestal de mármol.
Y bajo el efecto vagaroso de la noche veía
en su amante cualquier emula de amor.
Pudo a través de los besos frescos de Elda
imaginar el desenlace trágico de Tristan e Isolda (10)
que creyeron que muriendo aquí podrían ser felices en el mas allá
Podría comprender al ver la primera lágrima de su amada
la figura de Ariadna cuando Teseo la abandonó en Naxos (11)
y esta se deshizo en lágrimas de dolor:
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