él, la miró a los ojos;
ella también contempló los suyos;
sin palabras, él le dijo: —hola;
y sin palabras, ella respondió: —hola, también;
sin palabras, él le solicitó: —¿y si salimos a dar una vuelta por la plaza?
y sin palabras, ella replicó: —¿y por qué no?
él era muy negativo, ella era muy positivo:
como sin querer, él rozó el hombro de ella,
como sin querer (por un brevísimo instante), los vellos se les erizaron;
después, él tomó su mano; enseguida, ella ya no la dejó ir;
desde entonces, sin saberlo, se hicieron adictos a la electricidad magnética;
como distraído, él le soltó: —¿y si tomamos un café, rapidito?
como despistada, ella le retuvo: —¿lleva usted prisa?
y tomaron café, pero los ojos de él, y los ojos de ella, ya no se soltaron;
sin palabras, como no queriendo, él le platicó: —como que ya no la quiero dejar ir;
y sin palabras, ella le rebatió: —¿y cree usted que yo sí?
los ojos de él apelaron: —¿y si le doy un beso?
los ojos de ella regatearon: —¿y siempre va a ser tan mezquino?
y para colmo de males, al salir del café, se soltó un aguacero;
se cubrieron con el saco de él;
ella recargó su cabeza en su pecho, y lo enredó con sus brazos;
él nunca dejó de amar la lluvia;
y así se fueron por la vida,
dando tumbos, entre miel y hiel;
pero claro, con más miel que hiel;
pero nunca se soltaron de la mano,
y sus ojos,
nunca dejaron de mirarse.
Sergio Manzo Andrade (2019)