Pero cuidado, cuidado:
volad, hijos míos, alto, cuando
se produzca el asesinato de los caballos,
y las lunas emitan su resplandor casi místico.
En las fuentes siempre habrá reposo
como en los estanques de flores marchitas,
siempre que, entre los leones metálicos de las fábricas,
y entre las sagradas
esquelas, repletas de voltios, el volumen de las aguas
crezca, y haga desaparecer las nubes de insectos
apáticos.
Yo he procurado ofrecer el sonido de las campanas,
abrazar a un moribundo, cuando el sol porfía por
las extensas amenazas de un niño secuestrado.
Y en esas lágrimas me he visto reflejado.
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