Soberana Señora, le escribo esta carta procurando con sumo cuidado, las más dulces palabras que en este momento mi corazón enamorado le puede ofrecer. Quisiera hacerle saber, que aunque tengo Vida y Ser, por su amor lucho una batalla en la que siempre pierdo y siempre gana usted, y aún así, me muero por vos, y por vos, muero cada noche, cada mañana, cada día, eso es lo que siente mi Alma, Señora mia, y nada más puedo hacer.
Si, es cierto, que todas las musas de los Poetas, son producto de su frenética imaginación, y aunque la musa del momento, no tenga patria, hermosura o dirección, el Poeta es capaz de verla instalada en su mayor belleza, Vive Dios, pues tiene la mirada virginal, con toda la pasión e intensidad que solo un soñador, artista, romántico empedernido puede soñar y contemplar.
Es verdad mi Dama, y no sé lo niego ni por un solo momento, que un Poeta sin su Musa, es como un árbol sin ramas y sin hojas, es un árbol que sus raíces necesitan ya muletas, pues ha llegado al borde de su triste existencia, y solo puede esperar un fatal desenlace que en cualquier instante aunque sea un gigante, puede suceder, sin saber ni cuándo, ni cómo, ni porque.
Es tal esa verdad, mi Señora, que un Poeta sin dama no puede estar, que acaba convirtiéndose tan solo en una alma sin cuerpo, flotando contra el viento, sin saber que dirección coger. Es tan cierto lo que le cuento, que aunque parezca un Poema escrito en un romántico libreto, cualquier hombre ciego lo puede claramente ver.
Mael Lorens
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de Autor 01/01/2020