Gimo, como una quejumbre ignota en un silencio frío.
Muerte de la flor, muerte,
muerte si de las lágrimas no se aprende.
El merodeo nocturno tras su imagen se estrecha,
se embadurna de pasado.
La mano vuela; la mano suelta.
Y allí, la piel cae destronada.
Muerte de la flor, muerte,
muerte si nunca llegué a colmarme.
Sigue el gemido intenso como una tromba,
un alud del pensamiento.
Aquellas praderas de tierra seca...
Aquellas mudas cambiadas...
Aquellas manos desencajadas de sus bolsillos...
Aquella tu boca, tu mueca, tu mirar alicaído...
Aquellos soles que nos arroparon la mañana...
Aquel ungüento que nos hizo olvidar.
Muerte de la flor, muerte,
muerte si tú y mi gemido,
en el olvido han caído.