Escucha, el miedo insistente,
las parras sucesivas que cubrieron
mi mente, la protesta unánime.
Mil palabras no sustituirían esa
verdad filosa.
El participio perdido,
la escuálida figura aparcada,
el ámbito negligente de axilas
dinamitadas, el miedo, hijo,
el miedo. Vanamente nos sustituye
su alijo de perfumes baratos pero
persistentes. El miedo, es el miedo.
Alguien que clava sus orígenes
en tus ojos. Que perfila su remota
erudición, en tus iris acongojados.
La desdicha con su poderío total.
Baja de los depósitos una brisa con cal.
Desnudos los entramados vegetales
conciben su parcelado jardín. Huestes
de ignominias cazan por estos términos.
Cláusulas del testigo inepto.
Baja de los depósitos con cal
de las albercas matemáticas, una
escombrera llena de polvo, en construcción,
sus supremas estructuras. Mi alma
es un viejo trasto anegado por el lamento
y la prostitución de sus caries definitivas.
Mi cuerpo fluido orgásmico
inunda de fiebres los tumultos orgánicos.
La lentitud de una babosa alquila su funerario
coche bomba. Es el paso del águila
el que confunde. Nosotros estamos de paso.
©