Si yo callara, ay, si yo callara.
Cuerpos y volúmenes excitados
por su ámbar, como una alforja
sustituida por miembros opacos.
Una abeja destruida, un silencio
como de planeta, una voz de eco
dormido, una montaña en la cruz
de algún puerto ciudadano, lobos.
Si yo callara, por esto hablo.
Por estos ladrillos de tristeza
con mampostería de mutismo.
Por estas cortinas muertas, que
guardan las hilanderas de un porvenir
exhausto de comentar. Por un silbido
sin fuerza en los espacios más destruidos.
Quizás, con mi lengua, aún quemen
una estaca, una azada, un moribundo pajar.
O guarden su idioma las ausencias de las arañas.
Penetren silencios mayúsculas iracundas.
Y en mi vientre un aire cálido de depósito blanco,
estalle entre los dientes de las calaveras desleídas.
Yo no guardo silencio; sí, sus consecuencias.
Su letargo con rugido de cimientos, su enunciado
inapelable. Y todo lo que me hace llorar,
entre estos campos solitarios-.
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