Una vez saboreaba la fragancia de pertenecer,
a sentir el calor al nacimiento de un cuerpo celestial,
envuelta en un laberinto sin fin
de un caracol sonoro
Una vez me bautizaron con el agua cristalina
de una caricia de labios empapada por un rocío efímero,
suplicándome a escuchar los timbres resonantes
de una melodía isabelina de John Dowland,
rasgueada por un laúdista por decreto real
Una vez se me olvidó contener la respiración,
sumergido en tus aguas de pasión,
cual un pez de placeres,
nuestros ojos como uno en añoranza tácita,
al nadar adentro de las maravillas de una gruta,
vigilada por una de las nereídas de Neptuno
Una vez la luna y el sol adornaban mi firmamento,
hasta la indiferencia mi reverencia usurpó ,
en un eclipse ellos enlutaron mi corazón,
y su indignación evocó la ira de los dioses,
de lo cual seguramente pagaré mi penitencia
El amor ya no mora dentro de mi corazón,
una palabra que persiguí con un anhelo apasionado,
teñiendo el firmamento de una añoraza carmesí,
una palabra desterrada de mi lengua,
una palabra que incluso mal deletreo
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