Cuando murió mi nona por cuestiones inesperadas no pude ver su cuerpo en los últimos momentos justo antes de ser cremado, desde entonces siempre me arrepentí de ello, pensando que fue la última vez que la pude haber visto físicamente.
Salí de allí deseando no tener que volver a vivir algo así en muchos años, pero allí estaba de nuevo, sin superar la primera pérdida ahora tenía que agregar otro nombre a la lista.
Esta vez quería estar al lado de mi Nono cada segundo, verlo todo el tiempo y sentir que al menos estuve frente a él antes de su entierro, pero después del viaje, la ceremonia, la misa y llevarlo a su lugar de descanso me doy cuenta que la parte difícil no era el proceso, es el final.
Pensé que estar a su lado me haría estar listo para aceptar su despedida ya que nunca lo estuve para la de mi nona. Ahora me doy cuenta que nunca se está listo para ello, lo miré una y mil veces, pero seguía sin querer que se fuera, aún cuando sabía que ese era un cuerpo vacío, frío y que él ya no estaba ahí, nunca se está listo para dejarlo, pero aún así lo dejé ir.
Solo porque la ceremonia debía continuar, solo porque el tiempo seguía corriendo y había gente esperando, solo porque el momento debía llegar.
Ahora solo queda el vacío, la soledad interna aunque por fuera estés acompañado, el sentimiento de que te falta alguien es permanente y más sabiendo que no hay forma de arreglarlo, porque con la muerte no hay vuelta atrás.
En Navidad fui con un tío y lo invité a almorzar, miró la carta y dijo –no gracias, yo como más tarde–
solo para no pagar un plato que a su parecer era costoso,
entonces le dije, –tranquilo Nono, pida lo que quiera que yo pago–
tomó la carta y empezó a mirar qué le provocaba, terminamos comprando una picada de diferentes carnes
al salir del restaurante fuimos por unas cervezas mientras me enseñaba sus “oficinas”
Así le decía de forma jocosa a los bares o tomaderos que frecuentaba,
paramos en 2 y hablamos unas cuantas horas, recuerdo que no había terminado una cerveza cuando él ya estaba pidiendo la siguiente ronda.
El día se fue agotando y pronto se acercaba la noche, terminamos las cervezas y nos levantamos de las sillas,
le di un abrazo o tal vez varios y le dije, –Tenga mucho cuidado Nono al bajar esas escaleras, se me cuida mucho, bendición y feliz navidad–
me sonrió y dijo, –sí mijo, bendición–
De haber sabido que poco más de un mes después estaría aquí y él estaría allá en esa caja oscura…
Ese día de navidad nos hubiéramos pegado un banquete, nos hubiéramos bebido todas las cervezas del bar y hubiéramos bajado juntos esas escaleras, las mismas que hicieron que hoy ya no esté conmigo, ni con mi familia.