La noche traía despojos
de los tristes silencios del día,
y reticentes los sueños se iban,
dejando canales abiertos,
fugando por todos ellos
los recuerdos de días austeros.
Ya la luna asoma en la entrada
de la noche más oscura de octubre.
Yo tenía hambre de luces
y de ella me iba sirviendo,
la llama solemne del cielo
que caía como granito en el pecho.
En días postreros deshice
lo que hice en años enteros;
y de Dios cobré la limosna
que regalé al cura del pueblo.
Ya no me queda riqueza en el mundo,
sólo tengo migajas de panes.
Sabrá Dios que muero de hambre.
Y fue pedirle una moneda
el mayor de mis errores carnales;
me condenó con todos los males
de todos los seres del mundo;
y heme aquí, pagando tributos,
a un Dios que no conocí.
Del poemario MEMORIAS