El hilo de Ariadna...
Una tarde calurosa, a la sombra de una rueca,
vi a Gandhi conversando con su silencio.
Le hablaba quedo, susurro, misterio:
Necesito ahora de tu servicio,
las armas son blandas
ante la injusticia.
La sordera del hombre blanco
solo sabe de orejeras y visera
que impiden el panorama
tronante de evidencia.
¿Qué puedo yo hacer alma grande?
repuso en sorpresa con el rictus fruncido.
El grito del hermano que yace
bajo la suela dominante
no es dable a romper
la muralla de silencio
que tiende el cacique
sobre un pueblo leso.
El silencio, que es roca de diamante,
solo puede el diamante romper;
como minas de oropel nos falta
nada más podemos oponer
que la fuerza de la nada.
El silencio que te habla es todo
y es nada, nada hay más poderoso.
El bueno del Mahatma miró arriba,
a un cielo lleno de respuestas,
no supo cuál escoger
que buena le pareciera.
El silencio esperó en vano la réplica.
Al final, después de la espera,
echó el telón de su trastienda.
El sabio sigue pensando...
sin respuesta.