Hay niebla afuera.
El viento azota fuerte.
Me siento triste.
Pero adelante,
me dicen los sentidos,
y así lo intento.
De nada vale,
sumirse entre las sombras
y estar pasivo.
Esperaré,
decía la galerna,
en sus sollozos.
Y yo temblaba,
oyendo sus gemidos
tan angustiosos.
Pero era un niño,
cargado de inocencia
y de temores.
Volaban tejas,
gemían los balcones
y las ventanas.
El corazón
temblaba, asustadizo,
en su inocencia.
Hubo unas manos
que fuerte me abrazaron:
¡las de mi abuela!
Rafael Sánchez Ortega ©
18/01/20