Desde la blanca sábana de tu lecho
me amenazas, igual que un toro de casta,
blandiendo los dos pitones de tu pecho
en ágiles movimientos de gimnasta.
Mas no temo, hacia ellos voy derecho,
los beso mientras mi saliva se empasta,
bajando por la piel de tu vientre un trecho
hasta llegar al lugar donde se engasta
el nido de tu sexualidad fecunda.
La cálida humedad de mi boca inunda
encendiendo aquel volcan de lava ardiente
derramandose en el vértigo final
entre tus piernas en furor animal
de lengua, de boca, de mano, de diente.