Era de noche otra vez,
en el cielo que da a mi ventana,
y podía oír al astro rey
llamándome por mi alma.
Yo no sabía que hubiera un nombre
para el alma de los hombres,
y no sabía que de noche
el sol iluminara los bosques.
Pero era de noche.
¡Yo sabía que era de noche!
Había estrellas en el firmamento,
las más hermosas estrellas,
y el astro me decía,
que yo era una de ellas.
―Encuentra la tuya, hijo
que has de ir hacía allá
a la región del vacío
cuando te entregue la eternidad
cuando te entregue la eternidad
cuando te entregue la eternidad…
Desperté con el frío de la noche,
y una brillante luna
rociaba de luz mi cama.
Había estrellas en el cielo,
pero pocas.
Estaba repleto de miedo
con el nombre de Zihel en la boca.
Del poemario MEMORIAS
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