La poesía me genera, me impulsa
Una tarde de jardín espléndida de aromas y sones.
Halward dice que la belleza y el placer lo consisten todo.
Dorian escucha atento, los ojos brillan relamidos de entusiasmo.
El adonis hace presa de la máxima, el concepto le anzuela la entraña.
Basil, inundado de admiración, como pintor que es, le ofrece la inmortalidad.
Dorian se deja seducir hasta el tuétano, su belleza enmarcada y eterna.
Dorian se precipita por la rompiente de los placeres, a cuerpo descubierto.
Se entrega impertérrito a Epicuro y sus epígonos sin reloj que obste.
Su efigie, a la sombra del gabinete, descaece a cada golpe de lujuria,
más su esbeltez y juventud ignoran el embate de las olas.
Mientras que el fenómeno brilla como si no hubiera un mañana,
el noúmeno se pudre lento e irremisible y obscuro e inocente.
La arruga prevalece sobre la paleta y el lienzo se desflora
como el último telón de una obra.