Del amor, sus enredos nunca entiendo;
pues Margot me venera y yo la ignoro,
la pasión de María siempre imploro,
mientras ella, de mi se pasa riendo.
Me desvelo tan solo padeciendo
el desdén de María, que lo lloro,
de Margot, su cariño no valoro,
sin que importe el dolor que está sufriendo.
Me pregunto que espíritu perdido
nos obliga a querer a quien nos hiere;
y dejar en los mares del olvido
a la dama que tanto nos prefiere;
¡o quizás es la broma que Cupido
de manera sutil, jugarnos quiere.
Autor: Aníbal Rodríguez.