Continuación....
monumento levantado al amor contrariado.
Debía estar alerta por si le tocase revivir
la historia de los “Amantes de Teruel” (12)
Se dispuso a defender a su amada
como lo hiciera Carlos hijo de Pepino el Breve (13)
quien desterrado y prisionero del Rey moro Galafre
huye y después regresa por su amada Galiana
hija del Rey, para casarse con ella a escondidas
y a expensas de su muerte.
Pero quizás quien hizo que realmente enjalmase
los aperos del futuro amoroso que emprendía
fue la nunca bien ponderada Reina Artemisa (14)
del reino de Halicarnaso quien al morir su esposo Mausolo
le hizo construir a este en manifiesto homenaje de amor
el mas encumbrado y determinado de los turíbulos
dedicados a honrar el amor fiel de su esposo
el pomposamente conocido sepulcro( Mausoleo), considerado
como la mas regia exaltación por cima
de cualquier modelo de fidelidad conyugal.
Era tal la empatía de estos recién amancebados amantes
que el gran Lope de Vega (15)
pudo haber escrito para ellos en esta época:
“El te sirve, tu le estimas;
él te adora, tú le has muerto;
él te escribe tu respondes:
¿Quién culpa amor tan honesto?”
Pudo imaginarse a Matilde y a Malek-Adel
en sus intrincadas aventuras de amor;
a Lady Rowena e Ivanhoe; a los amantes de Verona
Romeo y Julieta; así como los requiebros
del gran Luis XIV y la señorita de Vallière;
hasta asustarse en pensar que su nueva intención de amor
podría resultar una emula de los amores singulares del Rey Eduardo de Bretaña
posteriormente San Eduardo, y la Reina Edita
quienes por temor a una falsa aprehensión con
algo pecaminoso con sus cuerpos se mantuvieron
vírgenes durante el tiempo que estuvieron casados.
Era este amante peregrino un dómine en la palabra;
el profundo acento subjetivo que le imprimía
a sus historias le promovían como un amante
libre de dolo y formado en la mas alta ley
y que sucumbía con facilidad a descomponer su espíritu
cuando por el tuno de aquellos que haciéndose pasar
por diestros amantes, desdeñaban los signos indelebles
de quienes hacen girar el mundo hablando el elitezco lenguaje del amor.
Por esto recordaba siempre el triste suceso
en que Don Rodrigo Rey de España
a orillas del Tajo contraviniendo la opuesta y cara voluntad de Florinda la Hermosa (16)
(la Cava) doncella de la Reina, fue violada por el mismo Rey,
y el padre de ella imaginó una traición
que costó el Reino de España ante los Moros.
También rememoró el incidente en que se viera envuelta Enone (17)
ninfa prometida de Paris y que fue desdeñada por éste
cuando raptara a Elena; Enone resentida por la infidelidad de su amante
se negó a socorrerlo cuando Paris se hallaba mortalmente herido;
luego arrepentida por su innoble acción
terminó quitándose la vida.
Pudo reseñarle a su adorada Elda
la historia del valeroso nadador Leandro
célebre enamorado de la mitología Griega
quien atravesaba secretamente a nado todas las noches
el Helesponto para visitar a su amada la sacerdotisa Hero,
ella para guiarlo encendía una antorcha en lo alto de una torre,
pero una noche debido a una tempestad la luz se apagó
y Leandro pereció ahogado.
A la mañana siguiente las aguas del estrecho llevaron el cadáver a la orilla
y Hero al reconocerlo se arrojó loca de dolor desde lo alto de la torre
y quedó muerta sobre el cuerpo de su amado.
Un día apropiado para comentar los rumores del alma,
el amante contó a Elda una historia de este siglo:
El majestuoso acto de desconsuelo del padre de los sonetos del amor:
Don Amado Nervo y su inmortal “Amada Inmóvil”,
libro que Nervo creó en el transcurso de la madrugada
del 7 y 8 de Enero de 1912, en Madrid,
al tiempo que velaba los restos de Ana Cecilia Daílliez,
su secreta compañera.
especialmente notorio aquél pedimento que incluía :
“Tierra se leve para con ella
pesó tan poco sobre ti”
Y una tarde melancólica frente al crepúsculo que cae
Elda oyó uno de los relatos mas impresionantes de su vida:
De la brillante prosa psicológica de Tulio Arcos y Belén Montenegro (18)
casados por poder en Caracas y mientras la idílica novia navegaba
para encontrarse con su esposo en Paris,
murió de un mal que llaman de ultramar sin poder consumar su desposorio.
Tuvieron se que dejarla allí mismo a esa altura de la travesía
no sin antes haberla entregado a las entrañas del piélago marino;
Tulio en franco camino hacia la demencia
entra en el apartamento que ocuparían en Paris
y arroja por la ventana las flores que había encargado para su amada
pensando que la flores se burlaban de su tragedia
pero un poco después en un destello de cordura
realiza el acto trascendental conocido como “La fiesta del desagravio de las flores”
y tomando una barca repleta de cuantas flores podían existir
mar adentro las arroja sobre la tumba de Belén, con la certidumbre
de que ella vive en el fondo del océano
y en comunión idílica entre Tulio y el Océano recurre oferente
a las Ninfas y Faunos marinos
a la corte de Nereidas, Loreleys y Tritones
para que cuidasen del alma de su adorada
y con una implicación sobrenatural en su mente
confiesa: “Ya que no vives como antes,
por lo menos de cierto modo en alguna parte vives”
y decidió lanzarse al agua y correr igual suerte que
su adorada Belén y con ella reunirse posmorten.
Pero era tiempo ya de acabar las historias y los ecos del corazón de los otros
para escribir la nuestra propia; para iniciar juntos la mejor travesía.
Ya con este talante de sublimidad del corazón.
Con nuestras almas concertadas en una unión de seguridad
de justa correspondencia en abrigo, en protección, en solidez
en estética de la mejor relación de pareja
nos adentramos en otra clase de mar
como navegantes sobreporcionados de tiempo y motivos
para construir un Alcázar de felicidad.
Muchas eran las tardes en que sosteniendo con mi brazo izquierdo
la base de su cuello y yaciendo ella descansada sobre mi pecho
le hacía figurajes de ternura siguiendo la fisonomía de sus líneas faciales
y al momento de rendirse ante el éter de morfeo
un sutil “Beso de la Mariposa” (19) la despertaba con ligeras anquilosis
que emulsionarían su sangre liviana y ágil.
La sentía mía y muy adentro de mis huesos y tuétanos
cabalgando cual amazona sobre la pampa abierta de mi vida libre
sin reservas, sin dividendos subrepticios
y sin memoria trasnochada.
Y desde este instante mi espíritu la seguiría por todas las regiones invisibles
en denodada contemplación y arrobo, tratando de penetrar
en lo profundo de su alma y lograr conquistar su mente
y absorber su voluntad con todo y sus bazas,
porque su corazón me lo había entregado ya
desde el instante que mis ojos reflejaron la imagen de los suyos.
Llegué a amarla en alma y cuerpo y a cada espejo que reflejara su cuerpo
a crear fantasías posibles e imposibles en asunciones perfectas
que no tuvieran nada en común con las mundanas realidades.
Alguna veces ella dificultaba su entendimiento
de esa nueva clase de pasión que yo ufano le ofrecía.
Un lenguaje extraño a su medio por lo que a ella la exaltaba
y decorosamente entregado en racimos de desconocida vislumbre
le hacían desconfiar el envoltorio de esta nueva pasión.
Sentí siempre a su lado un abrasante calor quemándome las venas
y mi presión subía desparramándose en efusiones de enjoyada pasión
aun cuando paralelamente por instantes mi conciencia discurría en agraz
por los arrebatos y requiebros por los que transitaba mi absorto corazón
producto de los repentinos y largos silencios de ella
y una especie de infernal tortura me asaltaba como guía de mis elucubraciones
sobre un remoto pero posible escenario de dolorosa realidad.
Por momentos una vaga decepción me elevaba a una triste conclusión
de desengaño al ver cuanta distancia media entre lo soñado a lo real.
De lo vivo a lo pintado, de lo que se apunta pero no se atina.
De confrontación con una enloquecedora posibilidad de no retorno
en la justa correspondencia de este mi último rayo de amor
que deleitosamente me enorgullecía en ofrecer a quien consideraba “Mi Reina”
y que por “átimos”la percibía totalmente onírica y carente de pertinencia.
Perversa realidad de las cosas bellas y buenas:
“Condición divinamente constituida
que sobre el mundo imperfecto sucede
como para que no se olvide nuestra condición de finitos mortales
la que un día adoptamos gracias a los melindres del primer Basilisco (20)
que con su veneno encantado en la punta de su lengua
conquistó nuestra crédula conciencia.
Y así todo lo que debiera ser eterno
duración leve y efímera adquiere
y perdido se desvanece en el fume de lo imposible.”
Virtud de aquellos elegidos será siempre saber considerar
que las cosas buenas duran poco,
y rendirnos debemos todos ante la transitoriedad de la deliciosa vida.
Una tarde.
Como siempre una de sus tantas tardes
mi corazón alerta detectó un repentino desamor suyo
y esperé durante un buen tiempo si habría desagravio
o por lo menos alguna efusión de ternura que sirviera de mentís
a mi exagerada elucubración.
Pero no sucedió así. Algún caminante de los que pasaron frente a su casa regresó.
Un labriego de los que sembraron anteriormente
en su granero aborigen y de ensueño volvió por sus fueros con promesas renovadas
y mientras yo, humilde encantador de conciencias
y desenterrador de tesoros de jubilo, se limitó a esperar
dependiendo solo de mi arsenal de galanterías;
rúbricas de la pasantía mía por su alma
y que tatué indeleble en lo mas profundo de su ser.
Y mientras esperaba, vinieron a mi encuentro las palabras del gran Zorrilla: (21)
“Ay del triste que consume
su existencia en esperar,
Ay del triste que presume
Que el duelo con que el se abrume
Al ausente ha de pesar.
La esperanza es de los cielos
Precioso y funesto don,
Pues los amantes desvelos
Cambian la esperanza en celos,
Que abrasan el corazón”
La ponderación de un oráculo disminuido y trasnochado
con su desvarío lleno de confusión atisbó su vaticinio
a manera de alerta desalentadora sobre la crédula conciencia
de mi adorada, buena parte de ella fatigada ya por la multitud
de los consejos de este tenor: Y Elda vio no se que cosa coloreada de desgracia
plasmada en el cuadro de nuestro futuro prometedor
y trasmitió a mi vida hasta entonces, una almenara de temores:
Miedos paralizantes, temores inverosímiles
sobre árboles altos sin hojas y sin copa;
sobre palmeras con pelos de plata.
Y tuve temores y fobias delirantes sobre infinitas aldeas
hacia multitudes asfixiantes que la arrancaban de mi lado cálido,
de mi abrazo posesivo.
La noche pariendo estrellas como un tapiz de luceros ebrios de rutilo
le gritaban a mi piel “No la has perdido aún”
y sin embargo la sentía como el vaivén de un barco grave que se pierde
dejándome con este su bagaje de sentimientos que aún llevo liado a mi espalda.
Con sus cuitas que hice mías.
Qué haré ahora?
Con los secretos tuyos que me confiaste y con tus calores fríos
que encontraron en mi su residencia
y se mudaron a la calle de mi casa
y en el rellano de mis aposentos
levantaron su tienda firme. Dime qué hago?.
Con tus temores buscando asidero y confirmación,
los cuales cobijo desde entonces
dime qué hago con ellos?...
Pero mi súplica no sirvió de nada y te fuiste alejando.
De nada sirvieron las contemplaciones de las grandes historias
con sus grandes héroes amantes y el frenesí de sus inmortales acciones
ni las disquisiciones empalagosas, ni las demostraciones de embebida pleitesía.
Retórica grave la de cada historia de amor.
Signadas por un elemento coincidencial de similitud:
Eran fervores encendidos con carácter de beatitud
hacia el centro de sus vidas: Sus enamorados ardientes y apasionados
y eso los convirtió en FERVORES MALDITOS.
Porque cada uno tratando de ser remanso y ola, de ser ánfora abastada
para suplir las provisiones que exigiera el amor,
creyeron ser el centro de la vida del otro y su absoluto dueño.
Esto hizo que su devoción se convirtiera en pasión prohibida.
Por eso la muerte metió su mano negra y les configuró perspectiva terrena,
y convirtió en Réquiem sombrío al Amor risueño y humilde.
Las sacerdotisas y semidioses colmaron la plenitud
de los hechizos y los sortilegios
y cobraron el alto precio que exigen en estos casos.
Por las tardes, como siempre... Por las tardes vuelves a irte...
y yo de nuevo recurro al gran Neruda:
“Entonces dónde estabas?
Entre que gentes?
Diciendo qué palabras?
Porqué se me vendrá todo el amor de golpe
Cuando me siento triste, y te siento tan lejana?
Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
Y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre, siempre te alejas en las tardes
Hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.” (22)
&&&&&
Se acabaron las mañanas blancas y frías de Diciembre.
Ya no hay brisa gélida y romántica.
Llegaron los idus de Marzo con sus calores sofocantes
y ella ya no pasa a la vera de mi casa batiendo su falda vaporosa.
Ni exhibe sus pomelos rubicundos como besos de carmín.
Ya no hace huellas al caminar como en un tapiz.
Solo pasos viscosos cual insistente Rémora que busca un nuevo coral al cual plegarse.
Su cara risueña arroja inevitables texturas de tiempo,
Conservando sus altivos ojos que hieren y la instrumental mirada
de la que sigue buscando amantes.
La acompañan su aumentada corte de semidioses y deidades paganas.
Sus pechos perfumados ya no son ni trémulos ni turgentes
y sus areolas antes cárdenas y provocativas
nos recuerdan solo viejos tiempos de amores, otrora cáliz de dicha.
El ambiente amarillo gualda por fin se impuso,
Y un enjambre de cigarras ateridas y exhaustas cantan su pasión por la temporada.
Y la tarde alegre ya no le paga tributo alguno a la noche estrellada
porque no hay estrellas, ni firmamento, ni senderos de luna,
ni luz azul sobre las rubias eras,
ni plateados destellos sobre las cabezas de los caminantes
que siguen bajando la luna para sus enamoradas.
El poeta ha dejado de cantarle al amor.
El amante ya no está mas con su galantería.
Murió de tristeza.
Y el que columbraba las estatuas, no por menos podía quedar sin una.
Cuentan que una amante desconocida e indeleblemente marcada
por el amor de este trovador empedernido
dispuso de tiempo y de peculio
para elevar un dechado de honra, tal vez en ingenua imitación
al construido por Artemisa para su Mausolo.
Y ahora, en un olvidado Camposanto se yergue una humilde sepultura
cuya lapida soporta en su borde superior una especie de túmulo
con medio cuerpo del poeta amante.(sin pies para no limitarlo al mundo terrenal,
sin piernas para continuarlo