El infortunio,
la carencia absoluta,
florece en el desierto
de este mundo de apariencias,
onírico,
surrealista.
Resignado,
domo mi fiera interna
para no bailar
la danza de la explotación del próximo.
Como azaleas,
brotan los cómplices,
llenando lentamente de veneno
al ser humano
que sobrevive entre destrozos,
adornado de llagas.
Es un derrumbamiento total.
Como partículas
giramos en el vecindario cósmico.
Hambrientos,
a la orilla del camino,
esperamos las migajas
que dejan caer los disfraces de honestos
que bailan en la comparza de la corrupción.
Lucha ancestral,
la luz y la oscuridad
se pelean las conciencias.
Como hierba seca
se han marchitado los valores del colectivo.
Un velo oculta la fuente
de la misericordia infinita.
Hurgo en mi pasado,
para construir sobre mis ruinas.
Invoco la paciencia infinita,
ese combustible interno
que logra mi transformación.
Las huellas del mal
no se borran de la historia.
El perdón
cierra las heridas;
la comprensión
irá dando claridad
a este río de vivencias.
Los fantasmas
de mis pasiones internas
me asustan.
La perla perdida de mi dignidad
la hallo en el otro.
Camino en el tiempo,
cada vez necesito menos;
me basta con un abrazo,
una palabra pintada de afecto,
con el simple amor
que brota de las acciones.
Practico el olvido
para vengarme del dolor.
La fe,
el amor
y el servicio,
son mis palancas para cambiar el caos.