Haberte amado un viernes
desnudo y sin ombligo,
un viernes de lluvia fría
en un lecho sin espino.
Haberte besado el alma
y con caricias sin destino,
bajándome por tu espalda
hacia tu nido escondido.
Haberte lamido el cielo
con ojos de claro olvido,
y sin quejas ni preguntas
hubiera seguido el destino.