Yo muero porque no sé vivir.
Los días pasando son guillotinas
que caen sobre mi nuca
sin lograr decapitarme,
capazos de granizo brotan
de una nube gris,
doy sepultura a la camada
en lo que llega la debacle.
Aquí aspiré sus cenizas
hasta que sentí el asma
invadir mis pulmones.
Aquí ha de fundirse el liquen
y lo oscuro, royendo el alma
de los bosques vírgenes.
Aquí, húmedas por los musgos
que ahora cubren la madera,
las ascuas de hoy son fuego de ayer.
Aquí aprendí a recorrer esa catedral
donde el sonido de mis pasos
sobre la música del órgano
no era más que un goteo
en medio del diluvio ártico,
y creí oír llorar a un cuervo ronco
a merced de las nevadas,
pero, aspirando aquel somnífero,
¿cómo iba a saber dónde estaba?
11/1/20