¡Oh apagada y última noche de octubre,
silenciosa y acogedora, guarda mi dolor
en tu penumbra ardorosa, con tu manto cubre
mi soledad y arrúllame hasta el albor!
¡Noche sagrada que llevas en tu oscuridad
toda la dulzura del día, arroja al viento
mis penas y pesares; con tu verdad
baña mi espíritu y mi doloroso pensamiento!
Angustiado te contemplo tras el frío cristal,
escucho susurrar tu alma triunfante;
los ecos olvidados en tu enigma abismal
vuelan sobre mí y yo les observo, suplicante…
Las calles vacías relucen tu ausencia triste;
la luminaria ilumina con su luz melancólica
y el espacio evanescente se viste
de ocre y polvo de escarcha vitriólica.
Las sombras desfilan bajo el cielo opaco
y el aire pesado y frío se llena de misterio;
los arabescos lentos con olor a tabaco
deambulan perdidos; en mis manos un salterio.
La música celeste resuena desde lejos
y al alma enternece y hace sincera,
mas el corazón sabe que es quimera
la imagen del amor y sus reflejos.
Él sabe que la augusta soledad invita
al alma débil a caminar sobre la orilla
del tremeroso recuerdo, y deja en ella escrita
la pena que en las noches brilla.
¡Última noche de octubre, que dejaste duda
en la mente y en el alma tristeza, yo te despido
con dulzura para que con tu palabra muda
arrulles mi pena y me arranques del olvido…!