Son las cuatro de la mañana.
Las horas pasan y aún no se le tercia el sueño .La tristeza que recorre desde la medula hasta el alma va dejando un semillero de nostalgias y llora en desamparo.
Ahí está, ella, asustada de la gran tumba que es la noche y, que con su velo negro agudiza su situación en tantos \" ahoras\"
-Piensa.
Siempre es ahora, y sus ojos muertos rechazan las luces claras.
Le llaman depresión-se dice-
¿Es acaso depresión esta pérdida de control sin despedida? ¿Por qué no me motiva otras cuestiones que no sea sangrar del foco de mi tristeza? ¿Por qué sólo recuerdo lo peor de mi pasado obligándome a llorar?
…Y despierta sudando pesadillas-sólo han pasado dos horas-
Las ocho de la mañana.
Una tibia y humilde luz se cuela por las rendijas de su persiana con la esperanza de germinar, en ella ilusión, pero sus ojos se niegan a mirar y en su mente, otra vez, los miedos de no saber cómo vendrá un día más.
Muchas vueltas antes de levantar de la cama donde se acomoda el cansancio que pesa como mármol. Agua fría para su boca seca que busca en el frigorífico con la lentitud del que nada espera, una pastilla ; que supone calmara esos sentimientos de culpa que siente al no sentirse bien, que calme esa sensación de fatiga, que calme la irritabilidad y sobre todo que calme esa cobardía para tomar decisiones.
Es depresión –me dicen-
Camina por la casa de un lado a otro, sin encontrar nada más cómodo que un viejo sofá descolorido, hundido con quien comparte pensamientos destructivos.
Ha perdido el apetito, ha aumentado su sed y bebe agua frecuentemente para así deshacerse de esa bola en la garganta que no la deja tragar saliva, esa angustia en el pecho que no le da libertad para inspirar y exhalar.
Ella, ahí está…nada le produce placer en este ahora, sólo llorar el suelo de este camino sin andar.
Duele verla como si pidiera la muerte y las horas pasan...el tiempo llueve, los momentos vienen.
Suplica, llenar su vacio de ilusiones nuevas, de una verde sonrisa para sus hijos, de ganas de avanzar, pero entre tantas suplicas llega su mejor enemiga: la ansiedad.
Son las diez de la mañana
Aun no se ha lavado la cara, ni siquiera ha pasado por el espejo, su pelo está abandonado, pero las arcadas la obligan a pasar por el baño, donde llega casi degradada…
Se vuelve a sentar, esta vez en el borde de la bañera llevándose las manos a la cara para observarse sintiendo una cruel inutilidad y llora…nacen lágrimas jóvenes de sus ojos viejos extenuados.
Me estoy volviendo loca y mi cuerpo no responde -se dice-
Y otra vez las culpas, otra vez los sentimientos de irresponsabilidad con los suyos, otra vez el pánico la lleva a tomar un ansiolítico sin pararse a mirarse en algún sincero espejo.
¿Cuantas veces se reconstruyo? ¿Cuántas veces volvió a caer?
Las gentes dan consejos: “tienes que salir” “oblígate a hacer cosas para distraerte” “píntate” “relájate”, pero ¿Quiénes donan su energía? ¿Hay donantes de energía?
Las doce de la mañana.
Sigue pasando el tiempo, algo más tranquila, se ha quedado dormida en brazos de su viejo amigo de confidencias, otra vez el sofá.
Despierta entre raudos latidos. Su corazón es el epicentro del terremoto que es su cuerpo. Todo tiembla. Un golpe brusco suena en la puerta de su conciencia-es la hipocondría-
Y con ella, entran las preguntas.
-¿tendré problemas de corazón? ¿Me va a dar un infarto? Y en su mente una dura historia se va tejiendo, una historia cargada de batas blancas, de ambulancias, de las letras UCI, de vías en las venas, de sueros, de batas verdes, de miedo…Una historia ficticia que termina dejándola marchita.
Las tres de la tarde.
Aun no ha comido nada, casi ni se acuerda de los alimentos, se niega a comer ,se castiga ayunando porque hace unos meses dejo de darle importancia a la comida para darle más importancia a esos pensamientos destructivo del ser y por consecuencia del resto de muchos humanos.
El olor fastidioso de las comidas, la incapacidad de concentrarse en cocinar, más la falta de estimulo la llevan a comer cualquier fruta con tal de no desmayarse para poder tragar más químicas: ansiolíticos, antidepresivos, protectores gástricos, calmantes para los dolores y otros venenos.
Las cinco de la tarde.
Hubo una vez que su vida fue diferente. Al llegar la tarde ella solía acicalarse para pasear las calles de su pequeña ciudad, ir a comprar a los grandes almacenes, llegar a tiempo para recoger a sus hijos del colegio, tomar café con las amigas, vivir. ..
Ahora no quiere la luz del sol, ahora se niega a maquillarse. a vestirse, asearse y a salir a la calle. En la centrifugadora de su mente se exprimen otros pensamientos.
-Soy una historia, una mujer sin estudiar. Un cuerpo envenenado de química, un ser drogado, un espíritu solitario en un mundo hueco e inconsciente. Un estorbo para la sociedad que me apoda de “estar mala de los nervios” sin saber que dentro de mi hay una persona esclavizada, educada en mentiras como la iglesia, domada para el machismo, dependiente emocional por falta de amor frente a un sistema soberbio y no escuchada.
Dentro de mi hubo un bebe, una niña, una adolescente que quizás no fue tratada o valorada o respetada o aceptada o amada bien.
Las ocho de la tarde.
La tarde se le fue como se va las tardes merecidas por la pena. La noche vuelve a aparecer oportuna e inoportuna al sarcófago de sus “ahoras”
El rezo, las ojeras, su debilidad, las suplicas se van acrecentado y otra vez su volver a empezar.
-La miro. Me duele.
Y observo como a mi amiga la voy perdiendo entre episodios, nada le evita al cien por cien tantas recaidas.Cuando mejora es la mujer más vulneable, humanista, solidaria y amadora que conoceré. Quizás por amar demasiado a los demás se olvido de amarse bien a si misma.
-¿Sabe ella lo que le pasa, es consciente de qué está enferma?
Pero hoy me entristece su ausencia, su alma vendida y la impotencia se apodera de mí porque no logro entenderla y lloro desamparo.
©Antonia Ceada Acevedo