andrea barbaranelli

Las palabras que han quedado en esa casa

Las palabras que han quedado en esa casa

que cerramos para ya no volver más

serán ahora polvo en los intersticios,

secos despojos de cucarachas y arañas

en el fondo de los cajones, agua que cuela

del grifo en un hilo marrón.

Las palabras que han permanecido, encerradas,

cuando le dimos vuelta a la llave, se habrán estancado

en la penumbra de los cuartos

adonde nunca más volvimos ni volveremos. Es cierto

que desde afuera, desde la calle, llega, como entonces, el ruido

del tráfico, el estrépito acelerado de los motores,

el chirrido de los frenazos,

el borboteo de la hilera de coches en el semáforo,

las voces de los muchachos al salir del cine, de noche,

pero las palabras que dejámos cerradas ahí, las palabras

que nos intercambiamos ahí adentro, antes de que

cerramos la puerta por última vez,

esas palabras se han ya depositado como el polvo

cuando desvanece el rayo de sol que se filtra

a través de la persiana:

si rozas con el dedo el pavimento

se te queda pegado a la yema

del índice un hollín muy sutil, casi nada.