En una oscura y apacible noche estrellada
sentía el suave beso de la dorada arena,
era una dulce noche, sosegada y serena,
en la que mi alma al edén se sentía llevada.
Con temerosos pasos se asomó la alborada
y su luz hirió mis ojos como alba azucena;
a su claror creí ver en las ondas una sirena
que del azul abismo había sido arrojada.
El resplandor verde esmeralda de su mirada
mis extasiados ojos ofuscó de tal suerte,
que a olvidarla mil veces prefiero la muerte.
De mi corazón su hermosura quedó prendada
y en él su cegadora visión causó tal huella,
que desde entonces ya no puedo vivir sin ella.
Suspiros y sueños de amor