Una sombra, negra como la obsidiana, baila en un campo de colores.
Danza la oscuridad como las olas del mar, embravecidas por Boreas que sopla desde su trono. Rompiendose contra las rocas de la orilla, bailando salvajemente de manera caótica.
Atraída por su desorden, una brillante luz vuela a su alrededor al compás del vals que en sus oídos suena. Lo envuelve como las hojas de otoño atrapadas en un torbellino, y saltan y se alejan para volver a encontrarse una y otra vez mezclando sus colores en el fondo boreal.
El roce de sus manos deja impregnado en el otro un poco de su esencia.
Caos y orden, negro y blanco. Siguen danzando juntos, creando, mientras pierden sus tintes, otro ser.
Un androgino, síntesis entre ambos, se manifiesta en escena con su desnudez.
El silencio se vuelve sólido.
La quietud se vuelve humo.