Ben-.

La ciudad oscura-.

Con vértebras como barcos

brazos blandos como gasas

llenos de humo llenos de moho

llenos de ese óxido que se asemeja

a tubos metálicos, en los bordes.

Como un insecto, aplastado

como una nariz en pleno impacto,

con esa infame madriguera que persigue

el fin del mundo o las libélulas

cerca de los ríos, cerca de las selvas.

Como un tabique desplomándose

de las grandes paredes del templo,

como sombras interpuestas

en la fachada de los árboles.

Como fronteras arraigadas en los líquenes

de cortezas llenas de humedad y rugosidades,

como junglas desbrozándose y alimentándose,

empapadas de savia.

Como el cáncer que ensucia los laberintos

del metro, los periódicos de las mañanas,

las pisadas selváticas de los hijos de la luz.

Y esa enorme angostura de los sueños

que escapan, propietarios de los aceros, militantes

de las orquídeas despobladas.

Con la sumaria planta del pie inclinándose

bajo rostros, como leves materiales y espejos

dañinos, troceándose y manantiales sulfurosos

regenerándose, como pozos olvidados siniestramente.

Bajo la húmeda forma de la piel

uvas equinocciales, intactas o secretas,

iglesias derrumbadas como estatuas silenciosas

y perennes.

 

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