El sol lentamente va dejando el día
y la sombra de tu cuerpo, va marcando
las horas del día en la arena.
Tus ojos siguen con su mirada,
la entrada del sol en el ocaso,
esperando la llegada de tu hombre,
para dar calor a tus labios a tu cuerpo,
dejándose caer en tus frágiles brazos.
Una lágrima se desliza por tus mejillas,
la brisa del mar la enfría, congelando
tu rostro y en mudo tu voz y tu llanto.
Pobre el alma mía,
que sufre al mirarte en la playa
y ver caer tus lágrimas en la arena,
petríficando la arenilla y el sol dando
forma de un corazón, sangrado y adolorido,
por la espera de un ser amado.
Olvidando así una tarde negra
donde cae la oscuridad de la noche
y entras en un sueño profundo,
olvidando las horas que se borraron,
en la acalorada arena.