Soñé
que me escogiste para vivir contigo,
que eras la abeja reina
y yo, tu zángano adorado,
querías volar conmigo,
cumplir con los rituales,
llevarme a la colmena
y probar juntos la miel.
Te miré a los ojos, abeja reina,
los vi enamorados,
observé tus alas
revoloteando contentas,
tus antenas transmitían entusiasmo
¡Hasta el aguijón tenía un brillo nuevo!
Soñé contigo, abeja reina,
acomodé mis ilusiones
de forma tal que me quisieras mucho
que te fijaras en mí,
en lo gallardo que soy,
al menos en mis fantasías.
Soñé
que me quitabas el sueño
con noches de placer y días sin reposo,
que te preocupabas mucho
cuando no estaba a tu lado,
que me decías en susurros
lo mucho que me amabas
que harías cualquier cosa
por estar siempre conmigo.
¡Era tu rey, abeja reina!
Entonces, en mi sueño
animado por tus palabras
te pedí un deseo:
deja de ser reina, dije, vive siempre a mi lado.
Desperté de golpe,
con dolor intenso
tu aguijón me había punzado.
En mi sueño morí
como mueren los zánganos
cuando piden cosas absurdas.
Las reinas son siempre reinas
en los sueños, realidades
y cualquiera de los escenarios.
Juan Gualberto Salazar Rosado