Miraba el crepúsculo desde mi pequeño espacio,
en mi mundo oscuro y algo deteriorado.
Una simple vela, y una quimera: luz y fuego.
La serenidad, tan frágil como el cristal,
parecia cansada, difusa en su pedestal.
El alma equivocada, y las estrellas serenas;
arrogantes y con esplendor celestial.
Clame la juventud en íntima soledad,
mi mundo erraba convincente, ahogado,
y bailaba lejos de la sombra y la maldad.