Lejos del mundo, lejos
del orden natural de las palabras;
lejos,
a doce kilómetros
de donde el hierro es casa para el hombre y crece
como una flor enamorada de las nubes;
lejos del crisantemo, del ala suave del albatros,
de los oscuros mares que blasfeman del frió;
lejos, muy lejos de donde la medianoche es habitada
y nos dicta la maquina su vos sobresaliente;
lejos incluso de donde ya quedo atrás la esperanza,
de donde el llanto nace muerto o se suicida
antes de que se ahogue la basura;
lejos de donde los pájaros odian,
de donde te hablan de amor hediondos lobos y te invitan
a un lecho de marfil;
lejos de donde los jardines atentan contra la belleza
con los cuchillos que les dona el humo;
lejos,
lejos,
lejos de donde el aire es una gran botella gris;
de donde todos ofrecen terribles pompas de jabón
y Ángeles depravados beben con niños cínicos
el veneno de la apostasía contra todas las auroras que pueden;
lejos de la murmuración de las mascaras;
lejos de donde las desnudas no ciegan con la luz de su piel;
lejos de la consolación de los vómitos;
lejos de la sensualidad del pantomimo,
de la resaca de sus imprecaciones sin fondos:
lejos, terriblemente lejos
de donde corretean por las calles los monstruos de seda,
de donde los bosques tiemblan derrotados y huyen
de donde cada llave tiene una puerta que la espera sin sueño;
de donde germina ciega la música del oro
y ladran desatadas las jaurías del cobalto;
lejos, definitivamente lejos
de donde muere el mártir lapidado por la mofa
y el santo es un payaso que se queda callado.
Del libro \"El turno del Ofendido\"