Soy lo que “vengo” sangrándote
En la arena indiferente de tu tiempo,
En el álgido pendiente de nuestras cadenas.
Muerdo tan fuerte
Esta soledad de mis mejillas,
Este carozo de unión platónica,
Como una cueva derrumbándose entre los huesos.
¿Qué viniste a deshacerme con tanto terremoto?
Te agradecí la moneda de tu mezquindad,
Pero dentro de mí bramó el zarpazo exigiendo
Tus disculpas.
Ya no puedo sostener la brida de mis iras,
No quiero justificar tu confusión de soledad trastornada.
Aquí te amarro al pañuelo que se entierra:
No te mereces ni tendrás ese perdón que no pidas,
Pero no hace falta una cárcel, ya por tu cuenta
Siembras tu espinosa suerte.
Tendrás –¡sólo, solito!- todo lo que te merezcas,
Y de mi parte este olvido
De quien desecha el sueño al amanecer.