Me precipito al abismo
muestro mis manos blancas
partidas en dos por esclavos
dormidas lejos en la intemperie
desvelando los objetos de primera
necesidad.
Escuetamente mi vida desoyó su cántico.
Fórmulas arbitrarias ahora la consumen.
Vínculos forzados por las pétreas miradas
fotográficas.
Ruedos desvinculados del infame paterno.
Me precipito al vacío
sonoramente, escuálido secreto,
fundo los originales, me percibo
neutro, insensible, permeable
a los edificios horrísonos de esta ciudad.
Se ofrece con recompensa mi cara en los depósitos.
Mi gesticulación minúscula, aplazada por términos
decorosos, mi sonrisa forzosa, y esos anillos perdidos,
desubicados, que la luz compromete en estático instante.
Yo tiré los anillos, rodantes, sobre un césped ajardinado.
Y en los dedos del padre, todavía sigue sonando
la maldita estupidez grandilocuente.
Fluyo por las avenidas del vértigo
fundo los hospitales de la miseria
finjo esconderme de los precipicios verticales
en que la mayoría queda atrapada.
Líneas horizontales demuestran su tajo
en mis genitales.
Cimento las escuelas del miedo.
Ojos distanciados que secundan el pánico.
La orquídea siniestra que ejecuta a la perfección
su baño de sangre.
Su canto sonoro y rimbombante lastima mi pecho.
Calcina mis miembros agotados.
Recorro las ciudades como un preso aproximado.
Otorgo a los crepúsculos la calidad de ábside sagrada.
Y lloro
como nieve que silenciara el abismo
por primera y única vez.
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