Derrumbo esa pared
con una piña majestuosa,
la atravieso, mientras duros escombros
no llegan a tocar el suelo
y el estruendo amenaza a mis tímpanos.
Del otro lado de la tristeza
veo un campo vastísimo,
lo atravieso en medio de cantos
y melodias de alas gigantes.
Me creo capaz, al configurar el deseo,
y atender a dos o tres oportunidades.
Comienzo el juego,
aunque ese malestar y ese drenar
suben por mi garganta.
Ese asco a las frivolidades
y al estúpido protocolo
de feromonas a distancia.
Sintiéndome menos a cada segundo,
comienzo a deliberar con ese niño interno.
Tomando milenios
para configurar sólo palabras,
me confundo en el anhelo
y doy tumbos como rombo loco.
La falta de inspiración
amenaza a mis obras,
me vuelvo coherente y normal
ante ese peso interno
de toneladas de lágrimas
no echadas.
Quisiera con todo mi orgullo
volverme fuego y conquistar.
Las notas bajas, suculentas y perdidas
no paran de ir saltando dentro de ese abismo,
ayudando a desfallecer y a quedarme.
La oportunidad mas ridícula
trata de poner paños fríos y liberarme,
pero no hago caso,
revuelvo esas búsquedas pretenciosas
y las observo una por una,
tan cerradas y negadas...
Un ser que es yo mismo,
pero negro azulado
se cierne desde mi espalda,
me abraza desde atrás,
y no me suelta,
me funde eternamente.
La quietud me cancela,
mi cara duerme congelada
en un miedo galopante y maravilloso.
La muerte sería pura liberación
ante esta locura de milenios.
Aun así, inocentemente,
espero como idiota
un nuevo contacto, una nueva vida
otorgada por un roce hermoso
de almas iluminadas y únicas...